martes, 24 de noviembre de 2009

IR AL BOSQUE




Me adentro en el silencio del bosque, aquel que nos descubre la entraña musical de la corteza del árbol, el acorde remoto de la rama, la sonoridad aérea de las aves, las líneas consonantes de los aires, todo ello y mis pasos siendo silencio en el silencio. Como pasear por un pulmón de hojarascas, hollando en la arcilla una humedad primera, una anciana herida que restaña la palabra. Ir al bosque es ir a la palabra, a ese silencio que cobija la palabra, a ese rumor que alberga el silencio y la palabra. Ir al bosque es escuchar el vacío en la oscuridad de un pozo, alentando al final un murmullo, un destello de luz negra y líquida que suena como un golpe contínuo contra las paredes de un pulmón arcano. Ir al bosque es ir hacia la vida, una vida que es aliento, voz y luz, sumidas y encadenadas en el silencio.

Dice Heidegger en un texto de 1933 que la auténtica soledad no nos aísla, sino que su fuerza primigenia consiste en arrojarnos a la "extensa vecindad de todas las cosas". Y esa soledad primigenia la encontró Heidegger en la montaña, en el bosque, en la vida campesina de la Selva Negra. Desde allí nos dijo: "El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta."

Ahí nace la palabra que funda, la palabra poética, en la resistencia contra los embates de las inclemencias que acosan y fortalecen ese canto antiguo.

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