Reclinados sobre unas rocas del paraje de la ermita de San Isidro, esos extraños bostezos de la tierra que buscan el cielo en Los Barruecos, allá en Malpartida de Cáceres, decidimos descansar un rato, después de visitar el lavadero de lanas hoy convertido por el artista Vostell en un museo de arte (del suyo y del movimiento fluxus). Después de asistir al juego y la tragedia de la aventura de Vostell y de visitar la charca donde las efímeras nos rondaban, decidimos parar y comer algo allí cerca, junto a la hojarasca y las cortezas de los desmoches de los eucaliptos.
Abrí un libro que compré por la mañana en Cáceres, de esa lindeza de editorial que se edita en Villanueva de la Serena; me refiero a las ediciones Littera. Allí ha ido a ver la luz lectora unos poemas de Rafael Argullol, Poema de la serpiente.
Toda la obra de este escritor está transida de la poeticidad, más allá de la línea de la escritura de los versos, más acá del ritmo de las sílabas. Es una poesía cognitiva, nos acerca a una visión reflexiva, propone una divagación que acecha el pensar, el camino del pensar, que diría Heidegger.
Argullol sigue revestido del "manto antiguo" que le dijo su maestro, José María Valverde, en un poema que abría su primer poemario, Disturbios del conocimiento. Manto y licor que ha ido destilando en sus sucesivas aportaciones: Duelo en el valle de la muerte, El afilador de cuchillos. Con Tetralogia amfíbia: El joc etern, empezaba un trabajo poético encaminado a ser declamado por actores sobre la escena, en este caso para un montaje de La Fura del Baus, Naumàquia 1, creado para el Forum Barcelona, 2004.
Siguiendo este primer encuentro, volvió a colaborar con el grupo de La Fura, en un espectáculo basado en La flauta mágica de Mozart. Sus 24 textos poéticos se recitaron y se proyectaron en los intervalos dedicados a la parte del libreto de la ópera.
Prescindiendo de la espectacularidad, de la música, la editorial Littera nos aproxima la magia de la palabra de Argullol, aportándonos una música sumida en el apóstrofe, en la invitación a indagar, en la propuesta de la desnudez en una búsqueda de nosotros mismos, de nuestra comprensión y de nuestros anhelos. Una sutil y cordial travesía de la palabra candente.
Rescato aquí el poema número 23 que me hizo pensar el sentir, reclinado en una roca, extasiada la mirada en los caballos que pacían mansamente en una charca de Los Barruecos, mientras un leve viento susurraba a través de las hojas de los eucaliptos:
Abrí un libro que compré por la mañana en Cáceres, de esa lindeza de editorial que se edita en Villanueva de la Serena; me refiero a las ediciones Littera. Allí ha ido a ver la luz lectora unos poemas de Rafael Argullol, Poema de la serpiente.
Toda la obra de este escritor está transida de la poeticidad, más allá de la línea de la escritura de los versos, más acá del ritmo de las sílabas. Es una poesía cognitiva, nos acerca a una visión reflexiva, propone una divagación que acecha el pensar, el camino del pensar, que diría Heidegger.
Argullol sigue revestido del "manto antiguo" que le dijo su maestro, José María Valverde, en un poema que abría su primer poemario, Disturbios del conocimiento. Manto y licor que ha ido destilando en sus sucesivas aportaciones: Duelo en el valle de la muerte, El afilador de cuchillos. Con Tetralogia amfíbia: El joc etern, empezaba un trabajo poético encaminado a ser declamado por actores sobre la escena, en este caso para un montaje de La Fura del Baus, Naumàquia 1, creado para el Forum Barcelona, 2004.
Siguiendo este primer encuentro, volvió a colaborar con el grupo de La Fura, en un espectáculo basado en La flauta mágica de Mozart. Sus 24 textos poéticos se recitaron y se proyectaron en los intervalos dedicados a la parte del libreto de la ópera.
Prescindiendo de la espectacularidad, de la música, la editorial Littera nos aproxima la magia de la palabra de Argullol, aportándonos una música sumida en el apóstrofe, en la invitación a indagar, en la propuesta de la desnudez en una búsqueda de nosotros mismos, de nuestra comprensión y de nuestros anhelos. Una sutil y cordial travesía de la palabra candente.
Rescato aquí el poema número 23 que me hizo pensar el sentir, reclinado en una roca, extasiada la mirada en los caballos que pacían mansamente en una charca de Los Barruecos, mientras un leve viento susurraba a través de las hojas de los eucaliptos:
Hemos adorado el fuego
y nos hemos purificado
con el agua sagrada.
Hemos bailado alrededor de la hoguera
para poder preguntar
y nos hemos deslizado por el río
en busca de respuestas.
Entre río y hoguera
ha transcurrido nuestra historia
de miedo y esperanza.
En esta frágil tierra incierta
hemos cavado tumbas
y concebido dioses,
hemos construido y destruido ciudades
con furia redoblada,
siempre con esperanza y miedo,
la fórmula de nuestra alma.
Pero a veces huímos
del país encarcelado por fronteras
dejando atrás el fuego del sacrificio
y el agua conjuradora.
En esa travesía
nos despojamos del miedo
y también de la esperanza
que el propio miedo engendra.
Entonces dejamos de sentirnos
la miserable media palabra
que desesperadamente
busca la otra mitad
a través de tumbas, guerras y dioses,
de grandes ideas y brutales realizaciones.
Entonces se nos hace palpable
lo que buscamos en secreto:
la caricia amiga,
la sonrisa amante,
la voz que envuelve el mundo,
la música del cuerpo,
el infinito descansando dócilmente
en la morada de un día feliz.
Ahí están todas las preguntas
y todas las respuestas.
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