Hay un poeta apócrifo, con apellido semejante al del filósofo Geoge Santayana -nacido también en Madrid, aunque treinta y seis años menor, y con el nombre de Andrés-, que nos ha legado un poema extraordinario, recogido por Antonio Machado en su Cancionero apócrifo. No sólo nos recuerda su apellido al autor de Los reinos del ser, sino también ese vientecillo de misterio y reflexividad:
EL MILAGRO
En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de las gafas
en busca de ese andamio de mis ojos,
mi volado balcón de la mirada.
Abrí el estuche con el gesto firme
y doctoral de quien se dice: Aguarda,
y ahora verás si veo…
Abrí el estuche pero dentro: nada;
point de lunettes… ¿Huyeron? Juraría
que algo brilló cuando la negra tapa
abrí del diminuto
ataúd de bolsillo, y que volaban,
huyendo de su encierro,
cual mariposa de cristal, mis gafas.
El libro bajo el brazo,
la orfandad de mis ojos paseaba
pensando: hasta las cosas que dejamos
muertas de risa en casa
tienen su doble donde estar debieran
o es un acto de fe toda mirada.
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