jueves, 10 de diciembre de 2009

DE LOS JARDINES BOTÁNICOS (I): EUGENI D´ORS Y EL JARDÍN BOTÁNICO DE LISBOA



Eugeni D´Ors reunía, en 1927, tres narraciones breves, Oceanografía del tedio (1919), El sueño es vida (1922) y Magín (1923), traducidas al francés, para el número cuatro de Chroniques (serie Le Roseau d'Or, Librairie Plon, París), bajo el título de Trois natures mortes. Iban precedidas por un prólogo en el que nos detendremos. Su primera línea era contundente: "En Lisboa, y a vísperas de un embarque, me fue revelado el secreto de los jardines botánicos".
Antes de subir en el transatlántico que lo llevaría a un lejano Ultramar, D´Ors se dirigió a la reja del Jardín Botánico lisboeta. En aquella tarde tórrida de verano, había "fuego en el aire; por ráfagas, conatos truncos de trompetas militares llegaban de algún cuartel vecino". Pero la verja se abrió ("únicamente para mí") y Xenius se adentró en el mudo mundo vegetal, sólo roto por los arrullos y el aleteo de las palomas y las tórtolas.
Lo primero que anota el filósofo son los extraños arbustos y la profusión de hojas secas a pesar de ser el mes de Julio. Pero, "tanta pompa y tanta fuerza, sin embargo, tanta corrupción de morbideces y azúcares, no arruinan a la Inteligencia en tales lugares".
Que ¿cómo interviene aquí la Inteligencia? Pues mediante la escritura, a través de los vocablos científicos que inscritos en los letreros muestran al paseante un saber secular: "Doctas dicotomías, con su justiciera alusión a los Linneo y a los De Candolle; nombres sequipedales, de la más pura estirpe helénica; híbridos preciosos, tocados acaso de alguna cadencia barroca; epítetos a la homérica, evocadores del rosa de una miel o de la calma de una noche... La savia se ha vuelto docta y el nombre, sin secar su ternura ni interrumpir la ascensión de sus jugos, confiere a esta ascensión una eminente dignidad".
Esa mente inquieta, ansiante, abrumada por saberes, exigente, metódica y pasional a un mismo tiempo, indaga entre las húmedas raíces aéreas y los rayos lumínicos que dejan avanzar las copas de los árboles. La frondosidad del espacio se acumula en la mirada y ésta revela lecciones a la imprevisión del paseante. No hay sólo visión y lectura estética, hay también un salto ético, kierkegaardiano: "La espiritual cosecha de la visita a un jardín botánico no se limita, empero, a ese lote de recuerdos embriagadores y de voluptuosas nostalgias. De sus gruesos macizos, de sus frondas castigadas, nace igualmente algún juicio de valor".
Suena como una nota extendida de un clarín soldadesco que aturulla a las tórtolas: "La locura es insípida. Sí, la locura es insípida y monótona". A aquella inteligencia, a aquella lucidez apela el credo dorsiano, a esa lucidez que nos acerca a la belleza, al hecho artístico.
Pero, aún más allá. el juicio de valor se dirime, según nuestro filósofo, en el campo de las responsabilidades, en el ámbito de la polis. Suena aquí también la decisión tajante, expeditiva del Abraham kierkegaardiano: "Que la personalidad nace de la coerción. Que, en el abandono, se rebaja o se borra. La flora del jardín botánico puede todavía reunir, en la gloria de su latino germinar, el cactus y el abeto, las palmas y los laureles. Pero, en la igualitaria libertad de las carreteras vulgares, todo se vuelve acacia".
Ademanes y sones castrenses recorrían entonces una Europa empujada al horror y a la sangre: "Mas el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y dijo: ¡Abraham, Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Y el ángel dijo: No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único." ¿Quién fue el carnero que estaba detrás de él, enredados sus cuernos en el matorral? Dios mío, ¿por qué nos abandonastes? Tu ángel también debió haber salvado al carnero, salvado a toda víctima de todo holocausto cruel.

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