Estos días he estado revisando lecturas de varia lección del maestro mexicano Alfonso Reyes, una delicia de prosa y de ingente información variopinta que asombra, enseña y nos anima a la divagación y el estudio. Quisiera parar en uno de sus primeros libros, los Retratos reales e imaginarios, editado en México, la Lectura selecta, en 1920. Son un grupo de catorce artículos periodísticos publicados en España que él envía a sus paisanos.
"Al azar de los sucesos y de los libros, he publicado en la Prensa de Madrid unas notas, unos esbozos, reseñas, extractos de lecturas y comentarios, que yo quisiera haber escrito con sencillez", dice en el Proemio, en el que se deja derivar las asechanzas políticas mexicanas de aquel entonces: "Conservaos unidos. Sacad razones de amistad de vuestras semejanzas. Mañana caeremos en los brazos del tiempo. Opongamos, a la fuerza obscura, la muralla igual de las voluntades". Corria momentos de zozobra la Revolución mexicana, dando lugar al movimiento de Agua Prieta, en el estado de Sonora, y la rebelión delahuertista.
Alfonso Reyes se encontraba en Madrid desde octubre de 1914, en una etapa de exilio que duraría una década, después de haber sido cesado del cuerpo diplomático mexicano en Paris por el gobierno de Venustiano Carranza. Esta nueva etapa en su vida tendría una gran trascendencia en su trayectoria. Aquí colaborará con Menedez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, llevando a cabo una amplia labor creativa, investigadora, publicitaria, traductora, que irá fructificando en artículos periodísticos o ensayísticos ( en España, la iniciativa de Ortega, El Sol, el Boletín de la Real Academia Española, la Revista de Filología, Índice), ediciones de clásicos de la literatura española (Góngora, Gracián, Ruiz de Alarcón, Arcipreste de Hita, Quevedo, Lope o Fray Servando Teresa de Mier), ofrecerá su versión en prosa del Poema de Mio Cid, editará sus libros Cartones de Madrid, El suicida y Visión de Anáhuac, publicará sus traducciones de Ortodoxia, de Chesterton y el Viaje sentimental por Francia e Italia de Laurence Sterne, participando muy activamente en la vida social y lteraria, como es el caso de la curiosa cofradía El Ventanillo de Toledo, o la Comisión histórica, Francisco del Paso y Troncoso.
Bien, es en este contexto en el que se escriben y editan estos breves relámpagos de escritura y erudión, de erudición creativa, chispeante y divagatoria. Veremos en sus páginas adquirir una vital presencia un amplio abanico de personajes: Madama Lucrecia, el último amor de Alfonso el Magnánimo, Cisneros, Lutero, Nebrija, Chateaubriand, Fray Servando Teresa de Mier, Apolonio de Tiro, Rodrigo Calderón, Baltasar Gracián, etc.
A partir de los datos, Reyes ensambla el armazón del juguete erudito, dando vivacidad al frio pasado. Por ejemplo, a partir de los documentos que aporta Francisco de Borja San Román, en un artículo publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, de diciembre de 1918, pertenecientes al Archivo de Protocolos de Toledo y en los que aparece un inventario de los bienes del poeta Garcilaso de la Vega:
"Conviene imaginar teatralmente los antiguos documentos jurídicos. De otra suerte es imposible entenderlos.
"Al azar de los sucesos y de los libros, he publicado en la Prensa de Madrid unas notas, unos esbozos, reseñas, extractos de lecturas y comentarios, que yo quisiera haber escrito con sencillez", dice en el Proemio, en el que se deja derivar las asechanzas políticas mexicanas de aquel entonces: "Conservaos unidos. Sacad razones de amistad de vuestras semejanzas. Mañana caeremos en los brazos del tiempo. Opongamos, a la fuerza obscura, la muralla igual de las voluntades". Corria momentos de zozobra la Revolución mexicana, dando lugar al movimiento de Agua Prieta, en el estado de Sonora, y la rebelión delahuertista.
Alfonso Reyes se encontraba en Madrid desde octubre de 1914, en una etapa de exilio que duraría una década, después de haber sido cesado del cuerpo diplomático mexicano en Paris por el gobierno de Venustiano Carranza. Esta nueva etapa en su vida tendría una gran trascendencia en su trayectoria. Aquí colaborará con Menedez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, llevando a cabo una amplia labor creativa, investigadora, publicitaria, traductora, que irá fructificando en artículos periodísticos o ensayísticos ( en España, la iniciativa de Ortega, El Sol, el Boletín de la Real Academia Española, la Revista de Filología, Índice), ediciones de clásicos de la literatura española (Góngora, Gracián, Ruiz de Alarcón, Arcipreste de Hita, Quevedo, Lope o Fray Servando Teresa de Mier), ofrecerá su versión en prosa del Poema de Mio Cid, editará sus libros Cartones de Madrid, El suicida y Visión de Anáhuac, publicará sus traducciones de Ortodoxia, de Chesterton y el Viaje sentimental por Francia e Italia de Laurence Sterne, participando muy activamente en la vida social y lteraria, como es el caso de la curiosa cofradía El Ventanillo de Toledo, o la Comisión histórica, Francisco del Paso y Troncoso.
Bien, es en este contexto en el que se escriben y editan estos breves relámpagos de escritura y erudión, de erudición creativa, chispeante y divagatoria. Veremos en sus páginas adquirir una vital presencia un amplio abanico de personajes: Madama Lucrecia, el último amor de Alfonso el Magnánimo, Cisneros, Lutero, Nebrija, Chateaubriand, Fray Servando Teresa de Mier, Apolonio de Tiro, Rodrigo Calderón, Baltasar Gracián, etc.
A partir de los datos, Reyes ensambla el armazón del juguete erudito, dando vivacidad al frio pasado. Por ejemplo, a partir de los documentos que aporta Francisco de Borja San Román, en un artículo publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, de diciembre de 1918, pertenecientes al Archivo de Protocolos de Toledo y en los que aparece un inventario de los bienes del poeta Garcilaso de la Vega:
"Conviene imaginar teatralmente los antiguos documentos jurídicos. De otra suerte es imposible entenderlos.
La escena es en Toledo, a 3 de enero de 1537, en el estudio de Payo Rodríguez, "secretario público". Él está sentado a la mesa cuando aparece doña Elena de Zúñiga, la viuda de Garcilaso, en hábitos de duelo y con toca; la acompaña Pedro de Alcocer, su criado y procurador. Detrás vienen unos caballeros toledanos que van a servir de testigos. Doña Elena comienza a dictar el inventario de los bienes de su difunto esposo. Cae el telón.
Y cuando se vuelve a levantar , ya andamos por el barrio de Santa Leocadia..."
De esta manera acerca Alfonso Reyes retazos de la vida de Garcilaso al curioso lector, administrando locuazmente la información. Así termina el relato:
"Voy a terminar, cuando oigo unas risas en el patio: son Fátima y Mariquita (esclavas al servicio de Doña Elena) empeñadas en tirar de un macho enjaezado, que hay que hacer pasar frente a la ventana para que lo vea el señor secretario público".
Pero vangamos a lo que quería llegar, esto es, al último retrato de Alfonso Reyes que recoge de forma admirable lo que supuso la titánica tarea del arabista oscense Francisco Codera Zaidín, discípulo de Pascual Gayangos y, a su vez, ilustre maestro de Julián Ribera y Miguel Asín. Pertenece don Francisco a esa primera generación de la denominada Edad de Plata de la cultura hispánica, pero que bien podría ser tildada de segunda Edad de Oro, a esos colosos escritores y científicos de la segunda mitad del Ochocientos, que supieron crear y mantener una tradición cultural de grandiosa estructura y feraz contenido, en medio de las más adversas condiciones:
"Para sus discípulos, compone un epítome de unas cien páginas; porque es hombre capaz de síntesis, que es la condición varonil de la inteligencia. Pero cuando va a imprimir sus libros en España, faltan hasta los elementos tipográficos. Para algo ha sido Codera inventor y obrero manual: él mismo litografió su epítome, hizo adquirir una fundición árabe, compuso las leyendas de sus monedas y se construyó una prensa especial.
De esta manera acerca Alfonso Reyes retazos de la vida de Garcilaso al curioso lector, administrando locuazmente la información. Así termina el relato:
"Voy a terminar, cuando oigo unas risas en el patio: son Fátima y Mariquita (esclavas al servicio de Doña Elena) empeñadas en tirar de un macho enjaezado, que hay que hacer pasar frente a la ventana para que lo vea el señor secretario público".
Pero vangamos a lo que quería llegar, esto es, al último retrato de Alfonso Reyes que recoge de forma admirable lo que supuso la titánica tarea del arabista oscense Francisco Codera Zaidín, discípulo de Pascual Gayangos y, a su vez, ilustre maestro de Julián Ribera y Miguel Asín. Pertenece don Francisco a esa primera generación de la denominada Edad de Plata de la cultura hispánica, pero que bien podría ser tildada de segunda Edad de Oro, a esos colosos escritores y científicos de la segunda mitad del Ochocientos, que supieron crear y mantener una tradición cultural de grandiosa estructura y feraz contenido, en medio de las más adversas condiciones:
"Para sus discípulos, compone un epítome de unas cien páginas; porque es hombre capaz de síntesis, que es la condición varonil de la inteligencia. Pero cuando va a imprimir sus libros en España, faltan hasta los elementos tipográficos. Para algo ha sido Codera inventor y obrero manual: él mismo litografió su epítome, hizo adquirir una fundición árabe, compuso las leyendas de sus monedas y se construyó una prensa especial.
Como era bibliófilo, una vez se puso "con maña de artesano y paciencia de benedictino", según dice Saavedra, a reconstruir los devencijados códices de El Escorial, que, arrojados por las ventanas para salvarlos del incendio, estaban hechos unos líos informes de hojas amontonadas, casi al azar. Codera "ordenó las hojas por tamaños, contó el número de línas de cada plana, midió la longitud y latitud de lo escrito, y con estos datos, formó una tabla metódica, con ayuda de la cual pudo atribuir a muchos códices las hojas que les pertenecían".
Supo e hizo mucho; pero practicaba y enseñaba a practicar la duda científica, huyendo de todo procedimiento adivinatorio...
Así, por desinterés y sacrificio, pudo vencer los escrúpulos del musulmán sobre el franquear los tesoros de sus bibliotecas, y pudo traer de África noticias que ningún otro sabio europeo había alcanzado...
Imaginad al anciano, seco y sobrio, fabricando sobre su mesa sus juguetes científicos, el alma y el cuerpo electrizados por una idea. Como sucedió a Fray Juan de Segovia, la muerte le sorprende un día...puliendo un cáliz y rezando un Credo".
2 comentarios:
Me ha encantado leerlo. Precisamente acabo de leer unas líneas de Reyes sobre la traducción. Un abrazo.
Gracias, Antonio. Ese artículo de que hablas, que imagino que es el que recoge en La experiencia literaria, es magnífico, luce en él un ingenio lingüístico y una sabiduría suprema. Un abrazo
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