CELAYA
Y MICHAUX
Revisando unos números
de la revista Verbo. Cuadernos literarios
que se encuentran en el Archivo Bru i Vidal del Ayuntamiento de Sagunto,
buscando los primeros poemas que publicara allí el poeta saguntino Santiago Bru
–que firmaba su poesía en catalán como Jaume Bru–, me encontré, en el número 14
de enero-febrero de 1949, con la traducción de un poema de Henri Michaux, “Clown”.
Fue una sorpresa, así como saber que su traducción correspondía al poeta
Gabriel Celaya.
Celaya cultivó la
traducción de poesía, al menos –que yo sepa–, en su primera etapa, y publicó
parte de ella en la colección de poesía Norte
(1947-1955), de la que era editor, junto a su mujer Amparitxu Gastón. En aquella
mítica colección de la ciudad de San Sebastián, situada en la calle Juan de
Bilbao, se editaron diecisiete libros, en los que, además de publicar el propio
Celaya (bien con el pseudónimo de Gabriel Celaya o con su nombre de pila, Rafael
Múgica o con el de su heterónimo, Juan de Leceta), aparecen varios autores de
la llamada “generación del 36” como Germán Bleiberg, Ricardo Molina, Victoriano
Crémer, Leopoldo de Luis o Camilo José Cela, junto a otros como Miguel
Labordeta, Jesús Delgado, Juan Guerrero o Antonio Milla.
Dentro de la colección Norte se editan cinco traducciones, tres
de ellas debidas a la mano de Celaya: Cincuenta
poemas franceses, de Rainer Maria Rilke, El libro de Urizen, de William Blake y Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Junto a ellos, el
poeta valenciano Ricardo Juan Blasco, director, por entonces, de la importante
revista Corcel –más adelante, gran investigador
valencianista que firmará su producción catalana como Ricard Blasco– traduce La cifra de las cosas, de Lanza del
Vasto; y el director de la revista de Vigo, Alba,
Ramón González-Alegre, traduce Poemas,
de Mario Luzi y Vittorio Sereni.
En 1954, Celaya volvería nuevamente a ofrecer una muestra de su labor traductora, publicando en la colección arriacense de poesía, Doña Endrina, el librito Quince poemas, de Paul Eluard.
En 1954, Celaya volvería nuevamente a ofrecer una muestra de su labor traductora, publicando en la colección arriacense de poesía, Doña Endrina, el librito Quince poemas, de Paul Eluard.
“Clown” lo publicó
Henri Michaux en su libro Peintures, en 1939 en la editorial GLM, y es el
primer libro en los que recoge su producción pictórica, junto a textos poéticos
o glosas. Esta traducción de Celaya es una de las primeras que en español aparecerán
del poeta francés, quien más tarde verá sus versiones al castellano de la mano
de otros poetas más jóvenes como Julia Escobar, Francesc Parcerisas o Jorge
Riechman, a las que hay que sumar las de Chantal Maillard y las del inigualable
Cristóbal Serra.
Les dejo aquí la traducción que hiciese Celaya en el
49. Salud.
CLOWN
Un día.
Un día, quizá pronto.
Un día, levaré el ancla que me retiene a mi navío
alejado de los mares.
Con esa especie de valentía que es necesaria para no
ser nada y nada más que nada, me desprenderé de lo que parecía serme
indisolublemente próximo.
Lo cortaré, lo derribaré, lo romperé, lo haré
volcar.
Vomitaré de un golpe mi miserable pudor, mis
miserables combinaciones y encadenamientos, “hilados con aguja”.
Vaciado del absceso de ser alguien, beberé de nuevo
el espacio que alimenta.
A golpes de ridículo, de decadencias (¿qué es la
decadencia?), por explosión, por una total disipación-irrición-purgación,
expulsaré de mí la forma que se creía tan bien sujeta, compuesta, coordinada, adaptada a mi contorno y a mis
semejantes, tan dignos, tan dignos…, mis semejantes.
Reducido a una humildad de catástrofe, a una
nivelación perfecta como después de un intenso ahondamiento.
Llevado por debajo de toda medida a mi puesto real,
al infinito puesto que yo no sé qué idea-ambición me había hecho abandonar.
Aniquilado en cuanto a la altura, en cuanto a la
estimación.
Perdido en un lugar lejano (o aún ni eso), sin
nombre, sin identidad.
CLOWN, que derriba en la risotada, en lo grotesco,
en el reventón, el sentido de su importancia que, contra toda evidencia, se
había forjado.
Me hundiré.
Sin fondo en el infinito-espíritu subyacente abierto
a todos, abierto yo mismo a un nuevo e increíble rocío
a fuerza de ser nulo
y vulgar…
y risible…
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