Antes de finalizar el año que hemos dejado atrás, me acerqué, en un corto viaje, a las tierras de Andalucía. El primer destino era llegar a Málaga, a la Sierra de Tejeda, pero quise antes acudir a alguno de los sitios que desde hacía tiempo quería visitar, pero que siempre alguna razón se interponía y me impedía poder hacerlo.
Entrando ya en Granada, por la autopista A-92, salí hacia Víznar y cogí una estrecha carreterilla que une esta encaramada población con su vecina de Alfacar, donde se encuentra la Fuente Grande, también llamada Ainadamar o Fuente de las lágrimas. Después de la serpentina de curvas, que sortean un pronunciado barranco que da vértigo -hoy rotulan a este paso, pomposamente, "Ruta del califato"- me topé con el monolito que recuerda el lugar adonde condujeron, agazapados por una vil oscuridad, a García Lorca, junto a otros, para acabar allí con su vida.
Tuve una percepción extraña conforme avanzaba, movida por un deleitoso sosiego y una extraña euforia. Se me vino encima la noche de aquel verano del 79, leyendo hasta altas horas el libro de Ian Gibson, Granada,1936. El asesinato de García Lorca. Se me vino encima el miedo.
Aparqué el coche y, al acercarme a la pineda cercana, un helado frío me enderezó el espinazo. Era una mañana de diciembre plácida, un dulce sol de invierno templaba el día y cerca de allí un cabrero conducía el paso lento de una reata que transitaba junto a mí cuando me decidí a volver hacia el coche. Algo rezagado, un macho cabrío, con una desproporcionada esquila, dio un brinco y se puso junto al coche, mirando fijamente hacia donde me encontraba. Era una mole brutal, un semental de impresionante facha que logró amedrentarme. Me dispuse a coger la cámara para retratar esa mirada indolente y fatídica, pero bastaron esos escasos segundos para que desapareciese, confundiéndose, cobardemente, entre la recua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario