Es muy importante establecer relaciones -tanto de similitud como de diferenciación- entre distintas obras de la literatura universal. Ello no sólo abunda en un conocimiento de las distintas obras, autores y épocas, sino que nos inmiscuye en la reflexión, en la profundización de los autores -sus obras, sus personajes, sus temas- que muestran así su complejidad fructífera, aquello que los convierte en "clásicos".
En este sentido, una cita del filósofo alemán Carl Schmitt nos será de suma utilidad. Pertenece a una conferencia que ofreció en 1955 en Düsseldorf y que fue recogida en libro en 1985. La podemos encontrar en castellano en el libro Hamlet o Hécuba, editado por Pre-textos (Valencia, 1993):
"Como es sabido, el espíritu europeo desde el Renacimiento se ha desmitificado, tanto como desmitologizado. A pesar de lo cual, la creación literaria europea ha producido tres grandes figuras simbólicas: Don Quijote, Hamlet y Fausto. Y una entre ellas, Hamlet, ha alcanzado la condición de un mito. Son los tres destacados lectores de libros y, en ese sentido, intelectuales, si queremos decirlo de este modo. Los tres son descarriados del espíritu. Pensemos por un momento en su origen y en su procedencia: Don Quijote es español y de un catolicismo puro; Fausto, alemán y protestante; Hamlet ocupa un lugar entre los dos, en la división que ha determinado el destino de Europa."
La obra de Schmitt contiene muchas reflexiones importantes. Invitamos a recorrerlas, con este extracto de su primer capítulo:
"La pregunta por la culpa de la madre se impone desde el comienzo del drama y ya no se puede ocultar en el curso del mismo. ¿Qué debe hacer un hijo que quiere vengar a su padre asesinado y encuentra que su madre es la actual esposa del asesino? La situación inicial presenta, como dijimos, un viejo tema propio de las sagas, los mitos y la tragedia. La respuesta, igualmente antigua, sólo permite reconocer dos posibilidades. Un hijo que se encuentra de tal modo en conflicto entre su deber de venganza y el vínculo con la madre, prácticamente sólo tiene dos caminos. Uno es el de Orestes en la saga griega y en la tragedia de Esquilo: el hijo mata al ases¡no y también a su propia madre. El otro es el recorrido por el Amleth de la saga nórdica, que Shakespeare conoció y utilizó: unidos ambos, madre e hijo, matan al asesino. Esas son las dos simples respuestas de la tragedia griega y de la saga nórdica. Todavía hoy no existe un tercer camino. La madre no puede resultar neutral, si tomamos en serio el deber de la venganza y a la mujer como una persona humana completa. Lo extraño e impenetrable en el Hamlet shakespereano es que no sigue ninguno de los dos caminos. Ni mata a la madre ni se une a ella. La obra deja en la oscuridad si la madre es o no cómplice."
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