Comienzo hoy una serie dedicada a Mallorca, concretamente a tres lugares de esa isla que supusieron para mí jalones sentimentales por diversas razones: Valldemosa, Deià y Palma. El primero de ellos va unido a mi primer viaje fuera de la península, viaje programado por el Colegio donde estudié octavo de EGB, lo que suponía para mí y mis compañeros el final de la etapa de nuestra educación primaria y el comienzo de nuestro adolescente bachillerato: un rito de paso.
Fue en el verano del 75. De los muchos sitios que visitamos guardo un recuerdo imborrable de la Cartuja de Valldemosa, En su tienda de souvenirs compré mi primer libro, un libro, además, "serio", ya que hasta entonces los pocos ejemplares que almacenaba mi escuálida biblioteca eran en su mayoría libros infantiles o juveniles regalados en los santos y cumpleaños, la gran mayoría de las célebres colecciones de la editorial Bruguera. El primer libro que compré con mi dinero -quiero decir, con el que me dieron mis padres- fue el de Bartomeu Ferrá, Chopin y George Sand en Mallorca. De él me atrajo, en principio, la cuidada encuadernación de la edición cartujana, la textura de sus hojas, su tipografía, su lámina desplegable; eran para mí una sorpresa, no había tenido en mis manos un libro así y atrajo toda mi atención. Por otro lado, la figura del músico Frédéric Chopin seducía mi curiosidad, al menos desde que vi en televisión, unos meses atrás, el biopic de Charles Vidor, Canción inolvidable.
Fue el comienzo de mi bibliofilia, alimentada hasta entonces tan solo con libros ajenos que podía tomar prestados de la Biblioteca municipal de Sagunto, ejemplares que me proporcionaba el inolvidable don Guillermo Andreu, bibliotecario, archivero municipal y profesor de Lengua y Literatura en el Intituto de la localidad. Allí, regresado ya del viaje, pude leer el libro que servía a Ferrá de base para el suyo, Un invierno en Mallorca de George Sand. De su lectura recuerdo especialmente las líneas que dedicó a los olivos de Valldemosa, olivos que, cuando después he tenido la suerte de retornar a la isla, siempre he visitado para recordar a aquella extraordinaria escritora y mi primera visión de aquel paisaje. He aquí el fragmento de Sand:
Fue en el verano del 75. De los muchos sitios que visitamos guardo un recuerdo imborrable de la Cartuja de Valldemosa, En su tienda de souvenirs compré mi primer libro, un libro, además, "serio", ya que hasta entonces los pocos ejemplares que almacenaba mi escuálida biblioteca eran en su mayoría libros infantiles o juveniles regalados en los santos y cumpleaños, la gran mayoría de las célebres colecciones de la editorial Bruguera. El primer libro que compré con mi dinero -quiero decir, con el que me dieron mis padres- fue el de Bartomeu Ferrá, Chopin y George Sand en Mallorca. De él me atrajo, en principio, la cuidada encuadernación de la edición cartujana, la textura de sus hojas, su tipografía, su lámina desplegable; eran para mí una sorpresa, no había tenido en mis manos un libro así y atrajo toda mi atención. Por otro lado, la figura del músico Frédéric Chopin seducía mi curiosidad, al menos desde que vi en televisión, unos meses atrás, el biopic de Charles Vidor, Canción inolvidable.
Fue el comienzo de mi bibliofilia, alimentada hasta entonces tan solo con libros ajenos que podía tomar prestados de la Biblioteca municipal de Sagunto, ejemplares que me proporcionaba el inolvidable don Guillermo Andreu, bibliotecario, archivero municipal y profesor de Lengua y Literatura en el Intituto de la localidad. Allí, regresado ya del viaje, pude leer el libro que servía a Ferrá de base para el suyo, Un invierno en Mallorca de George Sand. De su lectura recuerdo especialmente las líneas que dedicó a los olivos de Valldemosa, olivos que, cuando después he tenido la suerte de retornar a la isla, siempre he visitado para recordar a aquella extraordinaria escritora y mi primera visión de aquel paisaje. He aquí el fragmento de Sand:
“Al ver el aspecto
formidable, el grosor desmesurado, y las actitudes furibundas de esos árboles
misteriosos, mi imaginación los ha aceptado de buena voluntad por contemporáneos
de Aníbal. Cuando se pasea uno por la tarde a su sombra, es preciso que se
acuerde bien de que aquello son árboles; pues si daba crédito a los ojos y a la
imaginación, quedaría uno espantado en medio de todos esos monstruos
fantásticos; los unos encorvándose hacia vosotros como dragones enormes con la
boca abierta y las alas desplegadas; otros arrollándose sobre sí mismos como
boas entumecidas; otros abrazándose con furor como luchadores gigantescos. Aquí
hay un centauro al galope, llevando sobre su grupa no sé qué horrible mona;
allí un reptil sin nombre que devora una cierva jadeante, más lejos un sátiro
que baila con un macho cabrío menos deforme que él, y, a menudo, es un solo
árbol resquebrajado, nudoso, torcido, giboso, que tomaríais por un grupo de
diez árboles distintos y que representa todos estos diversos monstruos para
reunirse en una sola cabeza, horrible como la de los fetiches indios y coronada
por una sola rama verde, como una cimera.”
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