martes, 19 de mayo de 2020

EL BOTÁNICO CAVANILLES VISITA SAGUNTO: UNA FICCIÓN EN LA HISTORIA.

El gran botánico de la Ilustración valenciana, Antonio José Cavanilles, recibió en 1791 el encargo del monarca Carlos IV de realizar un extenso estudio “de los vegetales de la nación”, y comenzó por examinar la flora que tenía más cercana, dando lugar, cinco años más tarde, a su libro, Observaciones sobre Historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del Reyno de Valencia.
En agotadoras y exhaustivas jornadas de trabajo de campo, Cavanilles recorrió todo el territorio del Reino y en una de esas excursiones científicas recaló en la comarca que hoy denominamos Camp de Morvedre, haciendo su entrada por Almenara y recorriendo, antes de llegar a Morvedre, la subcomarca de la Vall de Segó.
Una vez en Morvedre contactó con varios sujetos que le suministraron una valiosa información: boticarios, labradores, pastores, el cura párroco y varios ilustrados locales, entre los cuales sobresalió el abogado Enrique Palos y Navarro. Este le acompañó en el viaje por el teatro y el castillo, y de esa pesquisa dejó anotadas Cavanilles unas valiosas líneas en su obra.
Después de pasar todo el día investigando por la ciudad y sus aledaños, Cavanilles se dirigió hacia la Vall de Jesús, zona que se encuentra entre Morvedre y Puçol, no sin antes acogerse a una opípara comida con la que quisieron obsequiar las autoridades de la Villa a tan ilustre científico viajero, representante de su Majestad.
El caso es que, bien fuese por la fatiga del trabajo, bien por lo copioso de las viandas, apenas recorridas unas leguas del camino de Puçol, Cavanilles tuvo que parar y descansar al arrimo de la sombra de un algarrobo que se hallaba allí cerca del camino.
En su siesta, tuvo nuestro botánico un extraño sueño en el que se le apareció nada menos que un ilustre antecesor suyo en las lides de las ciencias naturales, el romano Plinio el Viejo, cuya obra seguía siendo un cúmulo inigualable de saberes. Con él deparó una agradable y ejemplar conversación. Y quiso, en ese sueño, instruirle Plinio en la apreciación de los boleti tóxicos:
“Algunas de las setas venenosas se reconocen fácilmente por su tono rojo claro, su aspecto rancio y su color grisáceo por dentro; están llenas de grietas y estrías y con el borde pálido. No todas las venenosas son de este tipo, pues hay algunas secas y muy parecidas a las comestibles, que llevan como unas gotas blancas encima, que caen desde la piel externa.”
Cavanilles despertó sobresaltado y empapado en sudor. Creyó, en su sueño, probar una de aquellas amanitas phalloides que le acercaba con sus manos el viejo Plinio y comenzó a sentir una quemazón insoportable en la boca del estómago y náuseas. Bebió agua en abundancia y más tarde comprendió que todo no era sino fruto del pesado ágape saguntino, la visión de las ruinas romanas visitadas y la lectura que la noche anterior,  pasada en un hostal de Almenara,  hizo del libro XXII de la Naturalis Historia, del sabio romano: “Botánica y plantas misceláneas”.
Después de aquel día, Cavanilles tuvo un especial aprecio y cuidado hacia las setas y siempre que podía, y las condiciones lo aconsejaban, salía a los montes en busca de aquellos boletus que tanto atrajeron a Plinio y que hoy a tantos apasionan.

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