El
gran botánico de la Ilustración valenciana, Antonio José Cavanilles, recibió en
1791 el encargo del monarca Carlos IV de realizar un extenso estudio “de los
vegetales de la nación”, y comenzó por examinar la flora que tenía más cercana,
dando lugar, cinco años más tarde, a su libro, Observaciones sobre Historia natural, geografía, agricultura, población
y frutos del Reyno de Valencia.
En
agotadoras y exhaustivas jornadas de trabajo de campo, Cavanilles recorrió todo
el territorio del Reino y en una de esas excursiones científicas recaló en la
comarca que hoy denominamos Camp de Morvedre, haciendo su entrada por Almenara
y recorriendo, antes de llegar a Morvedre, la subcomarca de la Vall de Segó.
Una
vez en Morvedre contactó con varios sujetos que le suministraron una valiosa
información: boticarios, labradores, pastores, el cura párroco y varios
ilustrados locales, entre los cuales sobresalió el abogado Enrique Palos y
Navarro. Este le acompañó en el viaje por el teatro y el castillo, y de esa
pesquisa dejó anotadas Cavanilles unas valiosas líneas en su obra.
Después
de pasar todo el día investigando por la ciudad y sus aledaños, Cavanilles se
dirigió hacia la Vall de Jesús, zona que se encuentra entre Morvedre y Puçol, no sin antes acogerse a una opípara comida con
la que quisieron obsequiar las autoridades de la Villa a tan ilustre científico
viajero, representante de su Majestad.
El
caso es que, bien fuese por la fatiga del trabajo, bien por lo copioso de las
viandas, apenas recorridas unas leguas del camino de Puçol, Cavanilles tuvo que
parar y descansar al arrimo de la sombra de un algarrobo que se hallaba allí
cerca del camino.
En
su siesta, tuvo nuestro botánico un extraño sueño en el que se le apareció nada
menos que un ilustre antecesor suyo en las lides de las ciencias naturales, el
romano Plinio el Viejo, cuya obra seguía siendo un cúmulo inigualable de
saberes. Con él deparó una agradable y ejemplar conversación. Y quiso, en ese
sueño, instruirle Plinio en la apreciación de los boleti tóxicos:
“Algunas
de las setas venenosas se reconocen fácilmente por su tono rojo claro, su
aspecto rancio y su color grisáceo por dentro; están llenas de grietas y
estrías y con el borde pálido. No todas las venenosas son de este tipo, pues
hay algunas secas y muy parecidas a las comestibles, que llevan como unas gotas
blancas encima, que caen desde la piel externa.”
Cavanilles
despertó sobresaltado y empapado en sudor. Creyó, en su sueño, probar una de
aquellas amanitas phalloides que le
acercaba con sus manos el viejo Plinio y comenzó a sentir una quemazón insoportable
en la boca del estómago y náuseas. Bebió agua en abundancia y más tarde
comprendió que todo no era sino fruto del pesado ágape saguntino, la visión de las
ruinas romanas visitadas y la lectura
que la noche anterior, pasada en un
hostal de Almenara, hizo del libro XXII
de la Naturalis Historia, del sabio
romano: “Botánica y plantas misceláneas”.
Después
de aquel día, Cavanilles tuvo un especial aprecio y cuidado hacia las setas y
siempre que podía, y las condiciones lo aconsejaban, salía a los montes en
busca de aquellos boletus que tanto
atrajeron a Plinio y que hoy a tantos apasionan.
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