viernes, 3 de mayo de 2024

HUELLAS DEL MORVEDRE CRISTIANO EN TEXTOS HISPÁNICOS DEL SIGLO XII

 


Debe considerarse el siguiente texto como la continuación del que salió publicado en el libro Semana Santa saguntina del año 2010, “Vestigios del paleocristianismo en Sagunto” (pp. 321-332); es decir, una segunda entrega de una investigación que estoy llevando a cabo sobre las huellas del cristianismo en Sagunto.

 En aquel artículo informaba de los primeros datos que poseemos, hasta el momento, de las huellas cristianas en nuestra localidad: los versos del poeta Prudencio –siglo IV– sobre el túmulo saguntino del mártir San Vicente; las inscripciones epigráficas con símbolos cristianos; el símbolo cristiano de un sello de ágata, hoy desaparecido; los elementos cristológicos de las monedas de la ceca visigoda; y las alusiones a Sagunto del gran intelectual cristiano-visigodo, San Isidoro de Sevilla.

 Hoy nos adelantaremos en el tiempo histórico, ofreciendo dos alusiones a Morvedre –referenciando en ellas huellas cristianas en nuestras tierras ya en plena Edad Media–, que aparecen en dos textos canónicos    de ese crucial, en tantos sentidos, siglo XII para la cultura hispánica: de una parte, la primera biografía de Mío Cid, Rodrigo Díaz de Vivar, escrita en latín, conocida como Historia Roderici, aunque su primer título fue el de Gesta Roderici Campidocti; y de otra, la Cantiga a Santa María, la número 129, escrita en gallegoportugués, del rey Alfonso X, el Sabio.

 Aunque serían pertinentes unos comentarios, siquiera someros, de los dos textos, nos atendremos, por mor de la extensión requerida, a la mera presentación de los dos textos, dejando para mejor ocasión los datos, circunstancias e interpretaciones de los mismos:

 

 

 

TEXTO 1

 

FRAGMENTO DE LA HISTORIA RODERICI vel GESTA RODERICI CAMPIDOCTI

 

65.         Un día Rodrigo salió de la ciudad a explorar y vigilar a sus enemigos. Mientras recorría su camino, el alcaide de Játiva, llamado Abu-I-Fatah, salió de la ciudad y se fue a Murviedro. Al tener noticia de ello, Rodrigo se dirigió contra él y le siguió hasta que le encerró en la villa que se llama Almenara. La asedió y la atacó con fuerza por todas partes durante tres meses. Transcurridos éstos, la tomó valerosamente. Pero permitió marchar libres a todos los hombres    que encontró dentro. Ordenó edificar una iglesia en honor de la Santísima Virgen María.

66.         Realizado esto, por gracia de Dios, sale con su ejército de Almenara, diciendo y simulando que quería ir a Valencia, aunque había decidido sin embargo secretamente en su corazón rodear y atacar Murviedro. Entretanto, elevó las manos al cielo y oró al Señor diciendo: “Eterno Dios, que conoces las cosas antes que sucedan, a quien ningún secreto se esconde, tú sabes, Señor,  que  no quería entrar en Valencia antes de sitiar y combatir Murviedro, antes de conquistarla con la ayuda de tu poder,  tras haberla combatido con la fuerza   de mi espada, antes de celebrar allí, una vez recibida de ti, sometida a nuestro dominio y ya siendo dueño de ella, una misa en tu honor, Dios verdadero, y en tu alabanza». Tan pronto como acabó esta oración, sitió la fortaleza de Murviedro y con espadas, flechas, dardos y toda clase de armas y máquinas de asedio... afligió y castigó duramente y les impidió que salieran o entraran.

67.         Sus defensores y habitantes, al verse atacados por todas partes, muy angustiados y abrumados, se dijeron: «¿Qué haremos, desdichados? Ese déspota   de Rodrigo no nos permitirá de ningún modo vivir al amparo del castillo. Hará con nosotros lo que hizo hace poco con los habitantes de Valencia y de Almenara, que no pudieron resistirle. Veamos qué podemos hacer, pues moriremos sin duda por hambre nosotros, nuestras mujeres, hijos e hijas. Ninguno habrá que pueda arrancarnos de sus manos». En cuanto tuvo conocimiento de sus intenciones, Rodrigo les atacó, hostigándoles con más fuerza de lo acostumbrado y los castigó de manera más dura. Ellos, viéndose en tan grande aprieto, suplicaron a Rodrigo diciendo: «¿Por qué nos infieres tantos   y tan insoportables males? ¿Por qué nos matas a golpe de lanzas, flechas y espadas? Ablanda y mitiga tu corazón y apiádate de nosotros. Te suplicamos a una que por piedad nos concedas tregua de algunos días. Entretanto enviaremos nuestros emisarios al rey y a nuestros señores para que vengan a socorrernos. Si en el plazo designado no viniese ninguno que pueda librarnos de tus manos, seremos tuyos y te serviremos. Pero ten por seguro que, la fortaleza de Murviedro tiene tanto renombre y fama entre todos los pueblos, que de ningún modo te la entregaremos tan pronto. Antes que entregarla sin que nos concedas un plazo, ten por seguro que todos nosotros moriremos voluntariamente. Sólo después de muertos, podrás conquistarla». Rodrigo, pensando que de nada les serviría esto, les dio treinta días de tregua.

68.         Ellos entonces enviaron sus emisarios al rey Yusuf y a los almorávides, al rey Alfonso, a Musta’in rey de Zaragoza, al rey Ibn Razin y al conde de Barcelona, diciéndoles que no dejasen de socorrerlos en el plazo de treinta días, que, de no hacerlo, pasados los treinta días, entregarían la ciudad a Rodrigo y le servirían fielmente como señor.  El rey Alfonso después de ver y escuchar a los mensajeros de Murviedro les respondió así: «Creedme que no os ayudaré porque prefiero que posea Rodrigo la fortaleza de Murviedro que cualquier rey sarraceno». Los legados, cuando escucharon esto, regresaron a sus tierras sin ninguna resolución. A los que habían sido enviados a Zaragoza, Musta’in les dio esta respuesta: “Id y animaos cuanto podáis; sed fuertes resistiéndoles en la lucha, porque Rodrigo es de dura cerviz y guerrero muy esforzado e invencible y por esto yo temo darle batalla». Pues poco antes Rodrigo le había enviado el siguiente mensaje: “Ten por seguro, Musta’in, que, si intentas venir contra mí con tu ejército y entablas combate conmigo, de ningún modo es- caparéis de mis manos tú y tus nobles, muertos o cautivos». Así, por miedo a Rodrigo, no se atrevió a ir. El rey Ibn Razin, por su parte, dijo a los emisarios que fueron a pedir socorro: “Animaos y resistidle cuanto podáis, porque yo   no puedo ayudaros», Los almorávides respondieron: “Si Yusuf, nuestro rey, quisiera venir, nosotros todos iremos junto con él y os socorreremos de grado; sin él no nos atrevemos a luchar con Rodrigo». El conde de Barcelona, que había recibido un cuantioso tributo de los de Murviedro, dijo a los emisarios: “Sabed que, aunque no me atrevo a pelear con Rodrigo, sin embargo, iré rápidamente y rodearé su castillo llamado de Oropesa y mientras él me haga frente y luche conmigo, entretanto vosotros, por la parte contraria, llevad víveres suficientes a vuestro Castillo”. El conde, cumpliendo su palabra, lo asedió. Al escuchar esto, Rodrigo sin darle importancia no pensó ir a socorrer su castillo. Un soldado dijo al conde que mantenía el cerco: “Muy noble conde, escuché que Rodrigo viene contra ti y quiere luchar contigo». En cuanto supo esto, levantó el cerco sin querer probar la veracidad de la noticia y por miedo a Rodrigo regresó temeroso a su tierra.

69.         Pasados los treinta días de plazo, Rodrigo dijo a los bárbaros que estaban en el castillo de Murviedro: «¿Por qué tardáis en entregarme la fortaleza?». Ellos, engañándole, le respondieron: «Señor, los emisarios que hemos enviado, aún no han vuelto; por esto hemos tomado el acuerdo de suplicar de tu nobleza que nos concedas algunos días de tregua». Al darse cuenta Rodrigo de que le engañaban y sabiendo que decían esto mintiéndole para tener más tiempo, les dijo: «Para que sea manifiesto que no temo a ninguno de vuestros reyes, os concedo todavía doce días de tregua para que no tengan ninguna excusa para venir a socorreros. Pasados estos doce días, en verdad os digo que, si no me entregáis el castillo inmediatamente, a cuantos de vosotros pueda coger, os quemaré vivos o, atormentándoos, os pasaré a cuchillo». Llegó así el día fijado y dijo Rodrigo a los que estaban dentro: «¿Por qué os demoráis tanto y no me entregáis la fortaleza como me habíais prometido?». Ellos respondieron: «He aquí que ya está cerca vuestra Pascua llamada Pentecostés. Te entregaremos la fortaleza en el día de la Pascua, pues nuestros reyes no quieren socorrernos. Entrad con seguridad en él, tú y los tuyos, dispón de él como quieres». Él les dijo: «No entraré en el castillo en el día de Pentecostés, sino que os doy todavía otro plazo hasta la fiesta de San Juan. Entretanto tomad vuestras mujeres, hijos, esclavos y todas vuestras riquezas e id en paz con todos vuestros bienes a donde queráis. Evacuad el castillo y sin poner obstáculos dejadlo libre. Yo, por mi parte, con la ayuda de la divina clemencia, entraré en él el día de San Juan Bautista». Los sarracenos le dieron rendidas gracias por tal y tan grande misericordia.

70.         En la festividad de San Juan Bautista, Rodrigo envió delante para penetrar en la fortaleza a sus soldados a quienes ordenó que subieran y entraran. Ellos así lo hicieron y después de alcanzar la parte más alta, alegres, dieron gracias a Dios. Luego al llegar Rodrigo en persona ordenó devotamente que se celebrara una misa y se ofreciera la oblación. Allí mismo hizo que se construyera una iglesia de admirable construcción dedicada a San Juan. Ordenó a sus soldados que custodiaran con cuidado las puertas de la ciudad, las fortificaciones de todos los muros y todas las cosas que había en ella y en el castillo. En él, aunque había sido evacuado, encontraron muchas riquezas. Algunos sarracenos habitantes de Murviedro permanecían aún en la ciudad; tres días después de tomarla Rodrigo les dijo: «Os ordeno que me devolváis todas las cosas que quitasteis a mis hombres y lo que llevasteis a los almorávides en deshonra y daño mío. Si no queréis hacerlo, no dudéis que os llevaré a la cárcel y os cargaré de cadenas de hierro». Ellos no pudieron devolver lo pedido, fueron llevados a Valencia por mandato de Rodrigo, privados de sus riquezas y encadenados.

71.         Tras realizar esto, llegó a Valencia y construyó con admirable y bella fábrica en el lugar que los sarracenos llaman mezquita, la iglesia de Santa María Virgen, en honor de la madre de Nuestro Redentor. Ofreció a la citada iglesia un cáliz que pesaba ciento cincuenta marcas. Dio también a la mencionada iglesia dos tapices preciosísimos tejidos con seda y oro, semejantes a los cuales, según se dice, nunca hubo otros en Valencia. Allí celebraron juntos con gran devoción una misa acompañada de melodiosas laúdes y suavísimos y muy dulces cantos, alabando llenos de gozo a Jesucristo Redentor y Señor Nuestro, a quien pertenece el honor y la gloria junto con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

[Traducción de Emma Falque]

 

 

 

TEXTO 2

 

CANTIGA A SANTA MARÍA, 129, DE ALFONSO X EL SABIO

 

Como Santa Maria guareceu un ome da saetada que lle deran pelo ollo.

 

De todo mal e de toda ferida

sãar pod’ om’ a de ben mui comprida.

Dest’ a un ome que de Murvedr’ era mostrou a Virgen maravilla fera

da gran saetada que presera en ha lide forte sen medida.

De todo mal e de toda ferida...

E a saeta assi ll’ acertara pelo ollo, que logo llo britara

e ben ate eno  toutiço  entrara, de guisa que lle non põyan vida.

De todo mal e de toda ferida...

Mas ele pos sa alm’ e sa fazenda ena Virgen e deu-xe-ll’ en comenda, e a Salas prometeu offerenda

se el da chaga ouvesse guarida. De todo mal e de toda ferida...

E logo mandou a saeta fora tirar do ollo, e en essa ora

guariu de todo logo sen demora, des que a saeta en foi sayda,

De todo mal e de toda ferida...

Que da saetada ren non sentia; des i do ollo atan ben guaria que ben com’ ante vira del viia. E pera Salas fez logo sa ida,

De todo mal e de toda ferida...

 Loand’ a Virgen santa groriosa, Madre de Deus, Rea poderosa, que o sãara come piadosa.

E esta cousa foi mui lonj’ oyda De todo mal e de toda ferida...

Pelas terras; e quantos lo souberon a Santa Maria loores deron

de Salas, e mui gran sabor ouveron de fazer log’ a ela ssa vida.

De todo mal e de toda ferida…

 

 

Traducción prosificada:

 

Cómo Santa María sanó a un hombre de una saetada que le dieron en el ojo

 

De todo mal y de toda herida puede sanar al hombre la que está llena de bien.

De esto mostró la Virgen una gran maravilla a un hombre que era de Murviedro, por una gran saetada que había recibido en una lid fuerte y desmedida.

De todo mal y de toda herida...

Y la saeta tan bien le había entrado en el ojo, que se lo había roto y le había entrado hasta el cogote, de modo que no le daban como vivo.

De todo mal y de toda herida...

Pero él puso su alma y su hacienda en manos de la Virgen y se encomendó y a Salas prometió ir a hacer una ofrenda si fuese curado de la llaga.

De todo mal y de toda herida...

Y luego mandó que la saeta le fuera arrancada del ojo y a tal hora sanó del todo, sin demora, desde que la saeta hubo salido.

De todo mal y de toda herida...

De modo que de la saetada no sentía nada, y sanaba tan bien del ojo que veía tanto como antes con él veía. Y hacia Salas hizo luego su ida.

De todo mal y de toda herida...

Loando a la Virgen Santa Gloriosa, Madre de Dios, Reina poderosa, que lo sanara como piadosa. Y esto fue oído hasta muy lejos.

De todo mal y de toda herida...

Por las tierras y cuantos lo supieron dieron loores a Santa María de Salas y gran gozo tuvieron al hacer su camino a ella.

De todo mal y de toda herida...

 

 

[Versión de José Filgueira Valverde]

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