jueves, 19 de octubre de 2023

LA VISITA DEL PATRIARCA DE JERUSALÉN, NUNCIO APOSTÓLICO EN ESPAÑA, CARLO CAMILLO MASSIMO, A MORVEDRE (1654)

 



 Desde hace ya bastante tiempo, vengo dedicándole mi atención al tema de los viajeros y Sagunto. Debo mi devoción al tema a lo que me enseñó sobre él don Santiago Bru i Vidal; de su pluma salieron diversos artículos en los que reflejaba fehacientemente la huella que ilustres viajeros dejaron a su paso por nuestra tierra. Aquellas lecturas de los trabajos de Bru me llevaron a la búsqueda de textos viajeros y fruto de esas pesquisas han sido los diferentes artículos que, bien en la revista Braçal, bien en la edición comarcal del periódico Levante EMV, he ido ofreciendo al público lector. En ellos he dado cuenta de autores de prácticamente todas las épocas: de la Baja Edad Media, del Renacimiento, del Barroco, de la Ilustración y de los siglos XIX y XX.

De entre los autores, destacan los italianos. Ya don Santiago nos recordó el paso del gran libertino Giacomo Girolamo Casanova y sus impresiones sobre nuestro Sagunto y su historia. Así mismo, facilité el conocimiento del paso del filósofo napolitano Benedetto Croce por Sagunto, consiguiendo la traducción de lo que al respecto escribió en su Cuaderno de viaje, de 1889, en versión realizada por el catedrático de la Universidad de Salamanca, don Félix Fernández Murga.

Por otra parte, dediqué dos artículos periodísticos a otros dos italianos: el gentiluomo veneciano, Giovanni Bembo –del viaje que realizó en 1505-, y el erudito romano Cassiano dal Pozzo –anotación de su Diario, del viaje de 1626.

Lo que hoy les presento aquí es una muestra más de esa literatura viajera, en este caso de la mano de otro italiano y de su reseña sobre Sagunto en la escritura epistolar. Se trata de la carta que el entonces patriarca de Jerusalén, recién nombrado nuncio apostólico en España, el romano Carlo Camillo Massimo, envía al abad Michele Giustiniani, escrita en Valencia, el 13 de marzo de 1654.

Antes de pasar a mostrar la carta en la que informa de su visita a Sagunto y de distintos elementos patrimoniales que encuentra en nuestra ciudad, permitan que recuerde brevemente los más significativos rasgos biográficos del autor de la misiva que nos interesa.

 

 

BIOGRAFÍA SUMARIA DE CARLO CAMILLO MASSIMO

 

Carlo Massimo nació en Roma el 20 de julio de 1620. Desde bien joven frecuentó los más variados ambientes de la Ciudad eterna, que favorecieron una completa formación tanto en el campo humanístico como científico del joven; de entre estos cenáculos, hemos de destacar el círculo del cardenal Francesco Barberini, ante todo por lo que significará para su futuro como mecenas y coleccionista.

Desde su adolescencia, comenzó a coleccionar diversos objetos de arte –era además un buen aficionado a la pintura, llegando a recibir clases particulares de Nicolas Poussin, de quien más tarde sería mecenas. Contó con la amistad del gran coleccionista Cassiano dal Pozzo, y su tutor, su tío Ascanio, le facilitó el acceso al coleccionismo, al casarse este con Virginia Gustiniani, hermana del famoso Vincenzo en cuyo palacio, hoy sede del Senado de la República, se constituyó una impresionante pinacoteca.

A la muerte de su tío, Carlo Massimo I, obtiene el feudo de Roccasecca dei Volsci,cuyo patrimonio le permitirá a Carlo emprender una intensa actividad de mecenas y coleccionista, llegando a ser protector de Poussin, Claude Lorrain, Carlo Maratta, Guido Reni y Diego de Velázquez, quien realizaría de Carlo un famoso retrato.

Con veintiséis años se graduó en La Sapienza. En 1646 se convierte en camarero secreto del papa y un año después en canónico de San Pedro en Vaticano. Su carrera político-religiosa obtiene un importante avance cuando es elegido clérigo de la Cámara Apostólica.

En 1652 es nombrado patriarca de Jerusalén bajo la protección del cardenal Fabio Chigi, el futuro papa Alejandro VII. En diciembre de 1653 es nombrado por el papa Inocencio X, nuncio apostólico en España. Una de las razones, la más importante, de ese nombramiento es que la familia Massimo era filoespañola, pero al mismo tiempo tenía buenas relaciones con Francia, por lo cual recibió el delicado encargo de contribuir a la relación del rey de España con el papa y de aquel con los franceses.

Emprendió su viaje a España desde Civitavecchia, en enero de 1654. Desembarcó en Vinaroz y mientras esperaba el beneplácito de la Corte madrileña, esperando que se resolviese una controversia diplomática, ya que había una gran suspicacia por la amistad de Carlo con la familia Barbieri -claramente filogala-, residió en Valencia. Solo con el ascenso a papa de Alejandro VII, logró Carlo comenzar su cometido como nuncio apostólico de la Santa Sede, en mayo de 1655. Finalmente, el 21 de julio de 1658 regresa a Roma.

Después de un largo exilio en su feudo de Roccasecca dei Volsci, vuelve a Roma y es nombrado maestro de cámara del papa Clemente X en mayo de 1670 y en diciembre de ese mismo año es investido cardenal. Después de la elección del papa Inocencio XI, enfermó, muriendo en Roma el 12 de septiembre de 1677 en su palacio de Quattro Fontane, a la edad de cincuenta y siete años.

 

Carlo fue un gran coleccionista, no solo de obras de arte, sino también de numismática y epigrafía; y fue ello–sabemos por el inventario que existe de su colección de numismática que este contiene una moneda y una medalla de Sagunto-, junto con el hecho de que un antepasado familiar –si bien esto es algo legendario, pero no por ello menosw determinante-, el famoso romano Quinto Fabio Massimo, actuara como legado romano ante Aníbal para que este respetase el Tratado del Ebro y no atacase Sagunto en el 218 a. de C., lo que hizo que el nuncio visitase, durante su estancia en Valencia, varias veces nuestra ciudad de la que dejó constancia escrita en la misiva que a continuación les traduzco[i]:

 


                                                                   C A R T A


 Al Abad Michele Giustiniani.

 

Ilustrísimo y reverendísimo señor mío fidelísimo:

 

Requiere la carta de V.S. Ilustrísima que corresponda a la expresión de Su afecto, con la devolución del agradecimiento, y a la curiosidad de la noticia de mi viaje, con el informe minucioso, si no de cosas inesperadas y nuevas, al menos con notas de las ya consabidas por la fama. Y, porque la brevedad de esta carta no puede abarcar todo aquello para lo cual necesitaría un volumen entero, satisfaré en parte la erudición de S. V. Ilustrísima y al amor que Ella tiene hacia las cosas antiguas, con la narración de lo que he visto del antiguo Sagunto, que fueron recompensados por aquellos de Cartago.

Desembarcado en Vinaroz, en la playa de Valencia, con buen camino pasamos a Morviedro. Este noble municipio está situado en una llanura de hermosísima vista, en la falda de un monte.

Hoy aún se ven los vestigios de los grandísimos muros construidos de sillares de notable grandeza, en los que se apoyan muros más modernos hechos por los árabes, cuando estos ocupaban España. En la parte más alta del lugar hay una gran torre: solo la parte inferior y antigua, sostenida por pilastras jónicas, que impropiamente llaman el “Sepulcro de Hércules”. Podría ser el sepulcro de Zacinto, su compañero, descrito por Silio Itálico en estos versos (Púnica, I, 273-75):

 

Haud procul Herculei tollunt se littore muri,

clementer crescente iugo: queis nobile nomen

conditus excelso sacravit colle Zacynthus.

 

(No lejos del mar se levantan los muros de Hércules

donde comienza la subida: deben su noble nombre

a Zacinto, sepultado en la cima del monte).

 

A poca distancia hay un teatro, que llaman “Coliseo”, medio en ruinas: pero aún se ven las gradas, adaptadas al declive del monte, y las galerías que lo circundan, de orden dórico, repartidas en tres órdenes, uno sobre otro. El semicírculo tendrá una capacidad para diez mil asientos. La línea recta de la escena tendrá unos cuatrocientos palmos de largo: esta da la espalda a la llanura como se ve en el teatro de Terracina. El púlpito está casi todo en pie, como también parte de la galería de detrás de la escena.

El resto del paisaje está lleno de ruinas esparcidas cubiertas de verde, lo que ha dado pie al nombre de “Morviedro”, casi “Mura verdi”. En las modernas casas se ven encastrados muchos fragmentos de estatuas togadas, como también muchas ánforas rotas esparcidas por el suelo, parecidas a la tierra cadmia, con letras antiguas españolas y romanas en el mismo fragmento. Hay muchas inscripciones, pero sobre todo de los “duumviros” del municipio.

También hay en una de las puertas de la ciudad moderna una gran inscripción hebraica, que por ignorancia se atribuye a Salomón, nombrado en ella, y con igual error toman como ídolos a las estatuas togadas.

En la iglesia que hay dentro del castillo hay en el pavimento (que por sus dimensiones estorba toda la estancia) un ariete antiguo que es un travesaño de madera apolillada, de cincuenta palmos, y que reduciéndose en la cabeza del Carnero (que tiene un grosor de seis palmos), a guisa de pirámide, finaliza con dos palmos. De la cima hasta el final está perforada y pasa por allí una soga de una materia como de seda y con un grosor de medio palmo, que está sujeta en la cabeza del carnero a tres viguetas de hierro, la una cuadrada, de un palmo, puesta en el medio con una envoltura similar al hierro en forma de cruz, y las otras dos circulares, de un grosor de medio palmo cada una. Hay también otras viguetas y púas que debían ser parte de la máquina.

Seguiré observando en otras partes otros objetos de erudición para apaciguar el ánimo de V. S. Ilustrísima el cual se vale con las ciencias más dignas que puedan adornarlo. Y quedo besándole devotamente las manos.

 

Valencia, 13 de marzo de 1654.

 

De S.V. Ilustrísima y reverendísma devotísima servidor,

 

Camillo, patriarca de Jerusalén.



[i] La carta fue publicada en Lettere memorabili dell´Abbate Michele Giustiniani […], Roma, 1669. Esta carta puede encontrarse transcrita en el estudio de Giuseppe Papi, Il cardinale Carlo Camillo Massimo e la ‘riscoperta’ dei teatri romani di Terracina e di Sagunto, Fossanova, 2012.




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