Es una de las cuestas que
desde la calle San Miguel, junto a la ermita dedicada a dicho Arcángel, parte
hacia una de las más bellas zonas que tiene nuestro municipio en Sagunto, Les Penyetes. Con un último tramo de
escaleras, se asciende a un grupo de bancales llenos de arriates con hermosas
plantas y flores alrededor de una fuente, que parecen estar allí para aliviar
al caminante y ofrecerle fragancias y buenas vistas con que reanudar su visita.
Cuando el cronista de
nuestra ciudad, don Antonio Chabret publicó su famoso Nomenclátor, dando cuenta del origen y transcurrir de los nombres
de las calles, plazas y puertas de nuestra ciudad –allá por el año 1901- aún no
se había rotulado dicha calle con este nombre y hasta entonces todos los
saguntinos la conocían como “subida a les peñetes”.
El nombre que Chabret y
los munícipes eligieron como nueva designación para esta calle tenía que ver
con el pasado de Sagunto, precisamente aludía al primer “saguntino célebre”
(así designado por Chabret): el poeta latino nacido en Saguntum y cuyo nombre
completo fue el de Caius Licinius Marinus Voconius Romanus.
Lo que sabemos de él lo
debemos, sobre todo, a lo que su amigo, el escritor Plinio el Joven, dejó escrito
en sus Epístolas. Nació en la segunda
mitad del siglo I d. de C. en el Saguntum romano y pertenecía a una de las
grandes familias de la ciudad y de la Hispania Citerior. Llegó a ostentar
cargos de la orden ecuestre en los tiempos de los emperadores Nerva, Trajano y
Adriano. Fue un poeta alabado por el propio Plinio, por Tácito, Suetonio,
Marcial y Apuleyo.
Este último, Apuleyo, en
su obra Apología, recuerda que el
emperador Adriano honró con sus versos la tumba de nuestro poeta y escribió
sobre ella este epitafio: “Tus versos eran lascivos, pero tu mente era pura”.
Recuerda Plinio el Joven
en una de sus cartas que Voconio Romano tenía una de sus mansiones de Saguntum
cerca del mar, posiblemente cerca de lo que hoy llamamos el Grau Vell y allí
probablemente, según ha explicado el arqueólogo húngaro, Géza Alföldy,
construiría un mausoleo funerario dedicado a su padre (muerto cuando él aún era
adolescente) y a su joven esposa, Popilia Rectina, muerta a la temprana edad de
18 años. De este mausoleo serían las tres inscripciones que se encontraron, una
de ellas desaparecida y las otras dos incrustadas en la pared de las escaleras
de la Iglesia de Santa María, al comienzo de la calle Cavallers y que podemos
apreciar y disfrutar con tan solo acercarnos en nuestro paseo por ella.
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