miércoles, 31 de marzo de 2010

DE UNOS APUNTES DE VIAJE



Seguimos el rumbo de nuestro idioma en su hacerse histórico (por cierto, nuestra Universidad de Valencia cuenta con una excelente filóloga, Maite Echenique Elizondo, quien ha tratado con rigor el vasco-románico, ya que hemos de tener en cuenta que el castellano nació en cofluencia geográfica y en convivencia humana con la zona de lengua euskera; de ello también ha tratado otro eminente filólogo de esta misma Universidad, Ángel López), hacia el Sur por tierras de Logroño hasta Soria. Allí, al amparo del viento helado del Moncayo, gracias al tapial del cementerio de la Virgen del Espino, junto a lo que queda del olmo “hendido por el rayo”, rememoramos la feliz y trágica historia de Leonor, allí enterrada, y Machado, atando “el hilo que nos (los) unía”.
Collado abajo, hacia el puente sobre el Duero, llegamos al Palacio de la Audiencia, y allí una escueta pero interesante exposición, “Antonio Machado y Hora de España”, nos recuerda una esperanza que aún late, empujando en la adversidad: poesía, pensamiento, compromiso, arte, ciencia, utopía, palabras gastadas que aún circulan como monedas republicanas, hinchiéndonos de valor, de todo su valor, en la mera virtud cívica. Homenaje a ese 14 de Abril que mañana celebraremos. Resuenan estos versos pertenecientes a la tercera y sexta estrofa de ese extraño poema que Machado tituló, Recuerdos de sueño, fiebre y duermevela:

Era la tierra desnuda,
y un frío viento, de cara,
con nieve menuda.
Me eché a caminar
por un encinar de sombra:
la sombra de un encinar.
El sol las nubes rompía
con sus trompetas de plata.
La nieve ya no caía.
La vi un momento asomar
en las torres del olvido.
Quise y no pude gritar.


……….

Junto al agua fría,
en la senda clara,
sombra dará algún día
ese arbolillo en que nadie repara.
Un fuste blanco y cuatro verdes hojas
que, por abril, le cuelga primavera,
y arrastra el viento de noviembre, rojas.
Su fruto, sólo un niño lo mordiera.
Su flor, nadie la vio. ¿Cuándo florece?
Ese arbolillo crece
no más que para el ave de una cita,
que es alma —canto y plumas— de un instante,
un pajarillo azul y petulante
que a la hora de la tarde lo visita.

(Pascua del 2009)


IMÁGENES DE ANTONIO MACHADO

lunes, 22 de febrero de 2010

IDA VITALE


Me llevó a la escritura de Ida Vitale una referencia biográfica sobre José Bergamín, sobre su magisterio en Uruguay. Allí, a sus clases, asistió como alumna de aquel espíritu inquieto, mordaz y sabio, Ida. Fue difícil entonces acceder a su obra. La vimos al comienzo del segundo milenio en una gavilla de poemas que eligieron para la antología Las ínsulas extrañas, Blanca Varela y Eduardo Milán; y, finalmente, primero con Reducción del infinito (2002), en Tusquets, y depués con Trema (2005) editada por Pre-Textos -sin olvidar la mágica aparición en AdamaRamada de El abecedario de Byobu (2005)-, entonces, digo, su lírica se nos acercó, dejó su impronta en nuestras imprentas y librerías, haciéndonos más accesible su voz.
Mi amigo, el impresor saguntino Antonio Navarro, en uno de sus viajes a Uruguay, me trajo -él sabe cuánto se lo agradezco- una edición del primer poemario de Vitale, La luz de esta memoria (1949), que guardo con mimo y a cuya convocatoria acudo con asiduidad y con certero gozo.
De una lectura que hizo Ida en la Residencia de Estudiantes, el 6 de Octubre de 2008, rescataremos aquí tres poemas. Los dos primeros pertenecen a Procura de lo imposible (1998) y Trema (2005), respectivamente. El último fue presentado como aún inédito. Sirvan para esparcir su simiente:


EXILIOS



"...tras tanto acá y allá yendo y viniendo"
Francisco de Aldana

Están aquí y allá: de paso,
en ningún lado.
Cada horizonte: donde un ascua atrae.
Podrían ir hacia cualquier fisura.
No hay brújula ni voces.

Cruzan desiertos que el bravo sol
o que la helada queman
y campos infinitos sin el límite
que los vuelve reales,
que los haría de solidez y pasto.

La mirada se acuesta como un perro,
sin siquiera el recurso de mover una cola.
La mirada se acuesta o retrocede,
se pulveriza por el aire
si nadie la devuelve.
No regresa a la sangre ni alcanza
a quien debiera.

Se disuelve, tan solo.



DE LA POCA MEMORIA

¿Cómo perdí el desmenuzado caballo
en las provincias sueltas?
La palpitante vaca, ciudadana escanciada,
cola festiva y moscas, toda su espuma blanca
febril y con perfume, resistiéndome ingrata,
¿se fue por los caminos?
La moneda de bronce del breve rey de Italia,
¿volvió a la tierra en años de luces discontinuas?
¿Cuándo el mar, el primero, acumuló color
y me lo trajo, llagado del clamor de las gaviotas,
al pie del tren de paja y viento y oro
y palidez de invierno derrotada?
Pasaban cerca flechas de lo asombroso, al blanco.
¿Quién me tensaba el arco?
¿Aquél turquesa azul, dónde dejó
su caja rústica, su mariposa abierta? Sin color,
sin dulzura, sin viento, un derrotado gris
adelanta banderas de estado de tiniebla.
Cuentas al tiempo, cuántas, tan inútiles
y qué inservibles ábacos manejo.




PROGRAMA


I
Recuerda, clara y lentamente, el agua.
Escucha al pájaro:
¿canta apenas su miedo
o demuestra esperanza?
Llega a la rosa y piensa en ella.
No te preocupe el hombre.
Él se basta:
a solas
prepara su cuchillo.





II
Mira, sin olvidar fatalidades,
la creciente, mas disminuida, especie.
Ánclate en lo que tantos desdeñan,
discreta ignora lo que mundo busca,
para así transitar, ya sin enfado,
tu bandera sin viento que desciende.





III
Abre los ojos
a cada parcela de mundo,
brotes de encino o rostro apático.
Una vez más quedarás deslumbrada
o buscarás tus culpas en el aire:
todavía eres presa de la vida.



miércoles, 20 de enero de 2010

AGUSTÍN GARCÍA CALVO Y LEWIS CARROLL

Corría el mes de junio del año 83 cuando hice mi segundo viaje a Madrid. Como el primero, lo hacía casi a hurtadillas, sin el conocimiento de mis padres, con arrojo y decisión, esperando vivir en ellos una ansiada aventura que alimentó hasta lo indecible las vísperas. ¡Qué emoción, entonces!
La primera aventura, que llevaba el sello de lo casi clandestino, fue para asistir al Congreso de la unificación de dos partidos extraparlamentarios: el Moviemiento Comunista y la OIC, en el invierno del 79 (2 y 3 de febrero); yo, por entonces, cachorro de la Jove Germanía. La segunda, aparentemente alejada de aquel acto político, llevaba, sin embargo, también el sello de la remoción interior y suponía también un compromiso. Aunque había leído ya mucho de García Calvo, aquel encuentro abriría en mí una nueva estancia , ocupada por mi pasión hacia su obra.
Se trataba de un acto de homenaje a Lewis Carroll, que se tributaba en el Ateneo de Madrid, y junto a García Calvo disertó aquella tarde el escritor y traductor, Mauro Armiño. Grabé la conferencia, de la que quedé prendado, e intenté acercarme a Agustín para explicarle mi intención de transcribir sus palabras y mandárselas para que las corrigiera, para después editarlas en un número monográfico de la revista saguntina Abalorio, que dedicaríamos a Carroll.
Después de intentarlo en el salón del Ateneo, de todo punto imposible por la aglomeración de gente que quería felicitarle, saludarle y hablar con él, por fin me pude acercar, en una cervecería cercana adonde se dirigió más tarde. Apenas pude comentarle el proyecto, pero fue lo suficiente para que me alargara sus señas en una de las servilletas que tenía a su alcance.
Más tarde, ya en Valencia, en el Hotel Ingés, después de una conferencia sobre épica y tradición popular que dictó en el Ateneo, corrigió el texto, que saldría publicado en el año 84, pero no ya en Abalorio, sino en otra revista, Aurora, que creé, junto a mis amigos Francesc García Donet y Gastón Segura Valero, en la Facultad de Filosofía de Valencia.
La escasa difusión del texto, la dificultad para hacerse con un ejemplar de aquella revista (de la que volveré a escribir en otra ocasión, con más detenimiento) y el indudable interés que posee, me han hecho volver a él y ofrecerlo aquí, en un intento de acercar los textos de García Calvo, en este caso con el aliciente bien curioso de su tratamiento de la escritura de Lewis Carroll. Espero que lo disfruten.
LA LÓGICA Y LA TRADICIÓN POÉTICA ANÓNIMA EN LEWIS CARROLL
Agustín García Calvo
Yo sí que en verdad sé muy poco acerca de Carroll. He leído, naturalmente, algunas cosas sobre él, y casi todas se me han olvidado; y en parte por desinterés por la persona de los creadores, poetas, filósofos o lo que sean: un desinterés que pienso que es razonable porque estamos hartos de sufrir el hecho de que la persona de los creadores, sean poetas, filósofos o lo que sean, se coma las producciones mismas; y tanto más progrese la cultura de los nombres de los poetas, filósofos y demás, cuanto menos se utilice por el público en general la poesía, la lógica u otras formas de pensamiento. Tal vez por esto es por lo que sé tan poco acerca de Carroll. Otra cosa es, en cambio, lo que se refiere al uso de muchas de sus obras. Sobre esto sí que tengo algo en mi haber: este librote me ha acompañado casi constantemente desde hace cerca de veinte años, las Obras Completas de Carroll. No diré que sea mi libro de cabecera, puesto que para eso sería algo incómodo, tomándolo al pie de la letra, pero, en fin, como buen compañero lo cuento entre los pocos a los que tengo que agradecer mucho de placer, descubrimiento, alimento de la paciencia para sostener una cierta lucha desesperada contra eso que le constituye también a uno mismo, que se llama realidad. Esto me mete en el tema que quería sacar ante ustedes. Si yo estimo mucho este libro y muchas de sus obras, y tengo ese agradecimiento por las ayudas prestadas, es sin duda porque algo hay en ellas, no sólo en Alicia o La Caza del Snark, sino también en algunas non-sense rhymes, limericks y riddles u otras pequeñas composiciones, insertas en varios de sus libros o conservadas como envíos a algunas de sus pequeñas amigas; algo hay de denuncia de eso que vengo llamando realidad, algo hay de descubrimiento: descubrimiento de la falsedad de esto en lo que los adultos vivimos y que a los adultos nos constituye también, a cada uno según su lugar especifico ... Tal vez son diversas las técnicas que algunos hombres han podido emplear para llevar a cabo esta denuncia o descubrimiento. La de Carroll en concreto me parece sostenida por dos elementos en los que voy a hacer parar mientes brevemente: uno es la lógica o la matemática ... digamos «la lógica»; otro es la tradición de la gente corriente, de la gente indefinida, más o menos parlante, y dentro de la gente en especial los niños, y dentro de los niños en especial las niñas, pero todo ello formando parte de la gente. En cuanto a lo primero, muchos de ustedes han disfrutado sin duda de las producciones matemáticas y lógicas de Carroll, conocen al menos parte de la colección de apasionantes problemas de carácter matemático o lógico; y lo más admirable en él es que estos mismos elementos penetran también en las producciones poéticas, sean en las rimadas, sean en la prosa: es uno de los casos más ilustres de compaginación, de colaboración, de las técnicas poéticas y las técnicas de la lógica. Querría, antes de pasar al segundo tema, mejor hablar mucho de esto, darles una muestra (si se descuidan ustedes, en mi deseo de no hablarles de Carroll, me verían leyéndoles partes de este librote) de las que recuerdo bien: es un poco largo el ejemplo como muestra de la producción lógica, y no voy a poder traducirla aquí entera, pero algunos de ustedes la conocerán: el pequeño cuento de lo que la tortuga le dijo a Aquiles. Aquiles había alcanzado a la tortuga y se había sentado confortablemente en su lomo. «Así que has llegado al final de nuestra carrera -dijo la tortuga-, incluso aunque consiste de hecho en una infinita serie de distancias. Creía que algún sabihondo que otro había probado que eso no podía hacerse»; dijo Aquiles: «¡Es un hecho!, solvitur deambulando. Ya ves que las distancias iban disminuyendo constantemente y así...». «Pero ¿y si hubieran ido creciendo constantemente? -interrumpió la tortuga-, ¿entonces qué?» ....«Entonces no estaría yo aquí -replicó Aquiles-, y habría dado por varias veces la vuelta al mundo a las horas que son». «Me halagas, me aplastas, quiero decir» dijo la tortuga. La narración a continuación pasa a tomar esta conocida aporía de Zenón, que en lo que se nos conserva, mal, de los textos de Zenón de Elea se plantea flsicamente, y la traslada a un planteamiento que se refiere al propio lenguaje del planteamiento, al propio lenguaje de la aporía y especialmente a la lógica de las proposiciones hipotéticas; así que al cabo de un rato la tortuga le propone a Aquiles que se dedique a un juego para el cual le pide que saque de su casco un cuadernillo y un lápiz y vaya apuntando lo que dice. Lo que dice es, en primer lugar, una constatación de lo que sucede en la paradoja de Zenón: le dice que escriba las siguientes proposiciones: A) Las cosas que son iguales a una misma son iguales entre sí; B) Los dos lados de este triángulo son cosas iguales a una misma; Z) Los dos lados de este triángulo son iguales entre sí. Aquiles escribe esto y entonces la tortuga le plantea la escisión entre las premisas A y B y la conclusión Z. Le dice Aquiles: «Está claro que de las dos premisas se deduce la conclusión». Dice la tortuga: «Sí, en caso de que uno admita la proposición de que si A y B son ciertas, entonces Z es cierta también». «Claro, claro, por supuesto: en el caso de que uno admita esta proposición» dijo Aquiles. «Bien, entonces, merece la pena a su vez escribirla: escríbela en forma de proposición C»; de forma que queda la proposición C que dice: "Si A y B son ciertas, Z tiene que ser verdad"; esta proposición queda escrita como tercera. Bueno, ya ven ustedes por dónde va la historia, que tiene tres páginas en esta edición inglesa: naturalmente, cuando Aquiles se apresura a creer que esa carrera lógica ha terminado, la tortuga le hace constar que para que Z se deduzca lógicamente de A, B y C, es preciso admitir la proposición de que si A, B y C son ciertas, entonces Z es cierta; pero ésta es una proposición D, que Aquiles debe escribir a continuación de la C. Carroll dice que en ese momento se aleja del grupo, y que al volver al cabo de varios meses, se encuentra a Aquiles agotando su cuadernillo, escribiendo como loco las series de proposiciones del pretendido silogismo; y la cosa termina en la desesperación, que se manifiesta en insultos mutuos que se dirigen la tortuga y Aquiles con una serie de juegos de palabras que no traduciré aquí. Bien, ésta es la muestra, entre otras, de la producción lógica, de la técnica de lenguaje a la que antes me refería. Ven ustedes que no es grano de anís esta hazaña de trasladar del ámbito, aparentemente físico, la teoría de Zenón a un ámbito que está constituido precisamente por el lenguaje, en este caso en especial por esta manifestación tan curiosa del lenguaje que son los enunciados hipotéticos, a los que los lógicos más avanzados no hacen mas que dar vueltas, cada vez más incómodas y desesperadas. Bien, no quiero entretenerles sacándoles más ejemplos acerca de estas artes lógicas: únicamente vuelvo a hacer constar mi admiración de cómo mucha veces estas artes se mezclan en común con las artes que solemos llamar poéticas. Pero paso a lo que he dicho que era la segunda vía por la que veo alimentándose esta arte lingüística que aparece en muchas de las producciones de Carroll, rimadas o no, más o menos lógicas, más o menos narrativas, más o menos poéticas: he dicho que esto viene de la tradición de la gente corriente, y, en su caso en especial, de una cierta tradición inglesa; porque inglesa para mí no quiere decir nada de nación o raza, sino simplemente concebida en el idioma inglés, más o menos oficial o popular. En efecto, todas estas non sense rhymes o estos riddles que en los libros de Alicia y en otros muchos aparecen, no son ninguna invención personal de Carroll, están fundadas en una larga tradición de rimas de versos sin-sentido o de contrasentido, y en acertijos y otras cosas por el estilo, y de esta tradición es de donde, entre otras cosas, Carroll ha tomado el ritmo, ha tomado los juegos de sintaxis, cosas ambas en las que él tenía que tener un especial interés, tanto en el ritmo como en la sintaxis. Hasta qué punto esto es así lo voy a demostrar con otro ejemplo, antes mejor que hablar mucho sobre ello. Por ejemplo, tomemos los versos, el tipo de versos, en que está escrita La Caza del Snark:
«Just the place for a Snark! l have said it twice: That alone should encourage the crew. Just the place for a Snark! 1 have said it twice: What 1 tell you three times is true.»
Supongo que perciben ustedes más o menos esta alternancia de los versos de cuatro tiempos y los de tres, y sobre todo esa utilización del ritmo anapéstico, en el cual quiero centrar su atención, para hacer evidente esto de la tradición popular anónima. Tienen ustedes conexiones con anónimos pertenecientes a la tradición inglesa. Me voy a limitar, si la memoria no me falla, a recordarles uno de estos poemillas que está en este mismo tipo de ritmo anapéstico, y en el que, de paso, no deja de ejercerse una cierta función también dialéctica, precisamente en torno a la ontología del yo; es decir que sería un poema que Carroll podría haber compuesto, pero que no lo compuso él, está en la tradición anónima inglesa. Esto, en traducción, dice así:
Había una vieja, habéis de saber, que a la feria sus huevos iba a vender.
Un día de feria a la feria marchó y al pie de la ruta dormida quedó.
Pasó un buhonero muy burlador le cortó las enaguas todo alrededor.
Hasta las rodillas las faldas cortó,
con lo cual a la vieja un frío le entró.
Y cuando la vieja se fue a despertar,
a temblar se puso, se echó a tiritar;
se puso a mirarse, a llorar se echó: ¡Por Dios!, ¡Dios me valga!, que ésta no soy yo.
Pero si es que soy yo, y lo seré quizá, tengo en casa un perrito y me conocerá; si soy yo, su rabito vendrá a menear, y si no soy yo, a gruñir y ladrar. A casa la vieja se fue, y al llegar salió su perrito, se puso a ladrar. Al ver que ladraba, a llorar se echó: ¡Por Dios!, ¡Dios me valga!, que no, no soy yo.
Y creo que no tengo que hablar mucho para esclarecerles hasta qué punto hay una continuidad entre las producciones anónimas de este tipo, más o menos producidas por niños, más o menos producidas para niños, y las cosas a las que Carroll se dedica. Espero que vean cómo dos cosas tan aparentemente opuestas, la inspiración en la matemática y la lógica y la inspiración en las tradiciones populares y anónimas, convergen y hacen posiblemente la parte principal de la fuerza de las producciones de Carroll. Naturalmente, de esta tradición popular Carroll no sólo ha tomado estas costumbres de los ritmos anapésticos y trocaicos y los juegos de sintaxis, ha tomado muchas otras cosas que pueden ser útiles para poner al desnudo aunque nada más sea por un momento, por un vislumbre, esta falsedad real sobre la que los adultos viven y a los adultos constituye. Por eso es por lo que la inspiración de Carroll ha tenido que venir especialmente de esa parte del pueblo, de la gente indefinida, que son los niños; los niños tienen esta enorme ventaja: que por muy corrompidos que estén (desde pequeñitos, por supuesto, desde que aprenden a hablar lo están y esto muy bien lo sabía Freud), sin embargo están mucho más imperfectamente formados, no tienen una cantidad de actitudes, de intereses, empeños, vicios y por tanto ideas, que defender, para con ellas defenderse, que es la característica de todo hombre más o menos. Ésta es la ventaja que puede hacer que los niños, si fuéramos capaces de oirlos, fueran naturalmente mucho más clarividentes y capaces de descubrir esta falsedad a la que llamamos realidad. Vean que cuando pasan las cosas que pasan, por ejemplo, en los libros de Alicia, no se trata de que estemos entrando en un mundo fantástico, es sobre todo que ese mundo fantástico se nos presenta lleno de detalles del mundo real, como muy natural, como muy cotidiano; un mundo en el que se sigue celebrando la ceremonia del té, donde la reina recibe como ama de casa, etc.; de forma que es todo lo contrario de lo que puede llamarse literatura de evasión. En este sentido puede ser lo que aludo más bien como una producción de descubrimiento, se trata de que lo que aparece en ese otro mundo, al menos como un espejo hace ver, contra éste que se da por real lo absurdo, lo maravilloso, lo increíblemente cabeza abajo que está este mundo de los adultos. Los niños saben esto muy bien. En otro aspecto, incluso, los juegos de palabras ¿qué otra cosa son?: esa especie de palabras híbridas que fabrica con tanto gusto Carroll, por ejemplo la misma palabra 'Snark, ¿qué otra cosa es sino refinamientos de aquello a lo que los niños se entregan una y otra vez, repitiendo incansablemente, volviendo del revés, cambiando el orden de las sílabas de las palabras convencionales que comprende el lenguaje adulto, hasta que por medio de estos juegos la palabra empieza a producir ese efecto que muchos de ustedes recordarán, el efecto del descubrimiento del vacío, del sinsentido, que es precisamente parte de ese descubrimiento de la falsedad de la realidad de la que vengo hablando? Y si esto puede decirse de los niños, así puede decirse que Carroll escribía solamente en apariencia para ellos, pero mucho más verdad es que lo que hacía era interpretar, resucitar algo que los niños saben y que tal vez no podría formular con tanta precisión literaria, pero que al fin y al cabo es lo que los niños saben. Carroll ha aprendido de los niños: habla como un niño, habla, si ustedes quieren, como hablaría un niño que por algún milagro hubiera tenido, sin embargo, grandes habilidades en la matemática y la lógica o en las otras artes poéticas. Y ha aprendido especialmente de las niñas. ¿Por qué las niñas suelen ser más clarividentes, de esa clarividencia común a los niños en general, y por tanto de ellas se puede aprender más en esta labor de desmontar o descubrir la falsedad de la realidad? Bueno, yo pienso, sin darle muchas vueltas a la cosa, que es bastante sencillo... Los niños están conducidos en la práctica, si no se mueren antes, a convertirse en adultos, pero las niñas, además, están condenadas a la suerte doblemente trágica de convertirse en adultos del sexo dominado, con todo lo que esto puede comportar consigo; de manera que en cierto sentido el destino es doblemente trágico, en cuanto que tiene que acceder a convertirse en mujer, y no puedo por menos de poner en relación con este carácter doblemente trágico del destino esa especie de listeza, de finura, capacidad de descubrimiento y de denuncia que en las niñas se presenta de manera más segura, con frecuencia, que en los niños. Pero sobre todo quisiera terminar instándoles a que no separen mucho a los niños y las niñas de lo que he llamado gente en general: en efecto si una de las cosas que puede poner en obra una técnica de descubrimiento es esa sabiduría en las habilidades lógicas de la que ustedes han visto un ejemplo, por otro lado Carroll ha aprendido especialmente de la gente que no es nadie determinado, del aprendizaje de la tradición anónima; y solamente de esta gente, y como ejemplo de ello les invito a considerar cómo Carroll ha aprendido mucho de esa parte de la gente, todavía no demasiado formada, todavía no demasiado obligada, que son los niños y particularmente las niñas. Con ello doy por terminada mi intervención.

miércoles, 13 de enero de 2010

RUMI Y ELENI KARAINDROU




Hace unos años, en nuestro viaje a Estambul, pude vivir uno de esos momentos mágicos en los que uno cree estar cerca de todo lo suyo, que todo lo suyo se ha reunido en un punto, aquí, en estas notas que oigo inopinadamente en esta calle que piso por vez primera y, sin embargo, es como si aquí hubiera vivido siempre, adonde se reúne el tiempo gozado, lo que me acerca y me aleja, lo que me columpia, desnudando y abrigando esto que somos.

Después de comer en un pequeño bar, donde quizá se me fue la mano con el raki, nos dirigimos a la cercana Torre Gálata, o Megalos Pyrgos, como la llamaban los bizantinos. Allí sentimos el orden mercantil, la dádiva genovesa por aquellas tierras del turco, ante el rumor cercano del encabalgamiento del Mármara.

Nos encaminamos, pues era aún muy pronto, por Istiklal Caddesi, o avenida Beyoglu, surcada por unas vías de hierro por las que circula intermitentemente un curioso trenecillo. Allí, mientras hacíamos tiempo para visitar el monasterio meleví de los derviches giróvagos, tuvo lugar ese instante de convergencia y confusión. Un instante proustiano de saturación y elasticidad del tiempo. Algo similar a la idea de infinito.

Una música imprevista comenzó a sonar, no sabíamos muy bien de dónde, más tarde averiguaríamos que eran unos altavoces que provenían de una tienda de antigüedades. Y no pude moverme. La amable señora que regentaba la tienda nos dijo que era una música de la última película de Theo Angelopoulos, The Weeping Meadow. Su autora, Eleni Karaindrou.

Fue quizá una premonición, un augurio de nuestro descubrimiento del agreste cementerio derviche, ataestado de gatos, en cuyo silencio las estelas deletreaban versos del poeta persa Rumi, con una música de fondo, la de Karaindrou.


Poema de Rumi:

Ahí afuera, mas allá de ideas de bien o mal, hay un lugar
Nos vemos ahí.
Cuando el alma yace sobre la yerba
El mundo esta demasiado lleno para hablar de él
Las ideas, el lenguaje, incluso la frase 'cada uno'
No tienen sentido.

(Traducción de Ruth Terrones y Alí Bahman)

Y aquí la música de Eleni:



domingo, 13 de diciembre de 2009

LIBRERÍAS DE VIEJO (I): IANNIS RITSOS Y SCHNECKENTRAUM


Las librerías de viejo nos deparan sorprendentes encuentros y amistades imperecederas. En Biblos, una de ellas, cerca de la Plaza Filómosu Eterías, en el barrio de la Plaka de Atenas, encontré a un entrañable librero que me deparó una inolvidable mañana, entre libros de Kavafis, Elytis, Seferis, Ritsos...De éste último, quisiera traerles aquí su poema "Ο άνοδος", de su poemario ΜΑΡΤΥΡΊΕΣ (Testimonios), en la traducción que de él hizo Juan Ruiz de Torres:

La subida

Estuvo largo tiempo en el ajeno huerto, y sólo pensaba
en subir a escondidas a la higuera desnuda, para mirar
desde lo alto al mundo, como si fuera una hoja
o un pájaro; pero siempre pasaba alguien
y siempre lo dejaba para luego.

Una tarde,
miró en derredor suyo - todo desierto -, trepó
a la rama más alta; entonces se oyeron
voces de entre las matas: "¿Qué haces, allí arriba?"
- grandes voces -, y contestó: "Un higo,
quedaba un higo". La rama se quebró.
Lo levantaron. Tenía la mano derecha agarrotada.
Cuando abrieron sus dedos, no había nada dentro."

También de una de estas librerías, de un encuentro, trata el extraordinario cortometraje de Iván Sáinz-Pardo, que nos ha hecho llegar la artista mexicana Edith León. Su título, Schneckentraum (El sueño del caracol):






jueves, 10 de diciembre de 2009

DE LOS JARDINES BOTÁNICOS (I): EUGENI D´ORS Y EL JARDÍN BOTÁNICO DE LISBOA



Eugeni D´Ors reunía, en 1927, tres narraciones breves, Oceanografía del tedio (1919), El sueño es vida (1922) y Magín (1923), traducidas al francés, para el número cuatro de Chroniques (serie Le Roseau d'Or, Librairie Plon, París), bajo el título de Trois natures mortes. Iban precedidas por un prólogo en el que nos detendremos. Su primera línea era contundente: "En Lisboa, y a vísperas de un embarque, me fue revelado el secreto de los jardines botánicos".
Antes de subir en el transatlántico que lo llevaría a un lejano Ultramar, D´Ors se dirigió a la reja del Jardín Botánico lisboeta. En aquella tarde tórrida de verano, había "fuego en el aire; por ráfagas, conatos truncos de trompetas militares llegaban de algún cuartel vecino". Pero la verja se abrió ("únicamente para mí") y Xenius se adentró en el mudo mundo vegetal, sólo roto por los arrullos y el aleteo de las palomas y las tórtolas.
Lo primero que anota el filósofo son los extraños arbustos y la profusión de hojas secas a pesar de ser el mes de Julio. Pero, "tanta pompa y tanta fuerza, sin embargo, tanta corrupción de morbideces y azúcares, no arruinan a la Inteligencia en tales lugares".
Que ¿cómo interviene aquí la Inteligencia? Pues mediante la escritura, a través de los vocablos científicos que inscritos en los letreros muestran al paseante un saber secular: "Doctas dicotomías, con su justiciera alusión a los Linneo y a los De Candolle; nombres sequipedales, de la más pura estirpe helénica; híbridos preciosos, tocados acaso de alguna cadencia barroca; epítetos a la homérica, evocadores del rosa de una miel o de la calma de una noche... La savia se ha vuelto docta y el nombre, sin secar su ternura ni interrumpir la ascensión de sus jugos, confiere a esta ascensión una eminente dignidad".
Esa mente inquieta, ansiante, abrumada por saberes, exigente, metódica y pasional a un mismo tiempo, indaga entre las húmedas raíces aéreas y los rayos lumínicos que dejan avanzar las copas de los árboles. La frondosidad del espacio se acumula en la mirada y ésta revela lecciones a la imprevisión del paseante. No hay sólo visión y lectura estética, hay también un salto ético, kierkegaardiano: "La espiritual cosecha de la visita a un jardín botánico no se limita, empero, a ese lote de recuerdos embriagadores y de voluptuosas nostalgias. De sus gruesos macizos, de sus frondas castigadas, nace igualmente algún juicio de valor".
Suena como una nota extendida de un clarín soldadesco que aturulla a las tórtolas: "La locura es insípida. Sí, la locura es insípida y monótona". A aquella inteligencia, a aquella lucidez apela el credo dorsiano, a esa lucidez que nos acerca a la belleza, al hecho artístico.
Pero, aún más allá. el juicio de valor se dirime, según nuestro filósofo, en el campo de las responsabilidades, en el ámbito de la polis. Suena aquí también la decisión tajante, expeditiva del Abraham kierkegaardiano: "Que la personalidad nace de la coerción. Que, en el abandono, se rebaja o se borra. La flora del jardín botánico puede todavía reunir, en la gloria de su latino germinar, el cactus y el abeto, las palmas y los laureles. Pero, en la igualitaria libertad de las carreteras vulgares, todo se vuelve acacia".
Ademanes y sones castrenses recorrían entonces una Europa empujada al horror y a la sangre: "Mas el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y dijo: ¡Abraham, Abraham! Y él respondió: Heme aquí. Y el ángel dijo: No extiendas tu mano contra el muchacho, ni le hagas nada; porque ahora sé que temes a Dios, ya que no me has rehusado tu hijo, tu único." ¿Quién fue el carnero que estaba detrás de él, enredados sus cuernos en el matorral? Dios mío, ¿por qué nos abandonastes? Tu ángel también debió haber salvado al carnero, salvado a toda víctima de todo holocausto cruel.

domingo, 6 de diciembre de 2009

ENCUENTRO CON EL SILENCIO. REMEMORANDO A STÉPHANE MALLARMÉ (1923)


Desde la poesía, desde el pensamiento, y sobre todo desde el silencio. En un ya lejano 14 de Octubre de 1923, un grupo de escritores fue convocado para conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la muerte de Mallarmé. La invitación corrió a cargo del escritor mexicano Alfonso Reyes y acudieron a la cita bajo una misma premisa: hallar acomodo y asiento en algún lugar del Jardín Botánico de Madrid y allí meditar en él durante cinco minutos en silencio, para más tarde escribir lo que habían pensado o urdido durante ese breve lapso de tiempo. Meses después la Revista de Occidente recogía los textos de algunos de ellos.
La fotografía de arriba nos recuerda el acto y a sus "convidados de piedra". De izquierda a derecha, en pie: Mauricio Bacarisse, José Bergamín, Antonio Marichalar, Alfonso Reyes y Enrique Díez -Canedo; sentados: Eugenio d'Ors, José Moreno Villa y José Ortega y Gasset
Los textos de los autores se publicaron en el número cinco -noviembre de 1923- de la Revista de Occidente, si bien en el número anterior, de octubre, apareció en la sección "Asteriscos" una nota anunciándolos, en la que se cercioraba el texto de la convocatoria. Decía así:
" El 14 de octubre de 1923, los miembros de la Société Mallarmé de Paris se reunirán en Valvins, a unos dos kilómetros de Fontainebleau, donde murió el maestro, para consagrarle un recuerdo.
Se propone que hagamos en Madrid una conmemoración semejante. Sin discursos. Un acto -por decirlo así- sin acto. Lo que a Mallarmé le hubiera agradado.
CINCO MINUTOS DE SILENCIO EN RECUERDO DE MALLARMÉ.
Sitio y hora: el domingo, día 14, a las once en punto de la mañana en la puerta del Botánico que da sobre la Feria del Libro.
Se cuenta con usted. Allí encontrará usted a sus amigos."
A dicha convocatoria asistieron los que aparecen en la fotografía que encabeza este post, además de quien en ese momento hacía de fotógrafo, José María Chacón. Faltaron a la reunión tres convidados: Azorín, Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna. El primero, peripuesto en sus actividades políticas, tenía que intervenir en un mitin. El segundo, haciendo gala de su mala salud, se quedó en casa "por enfriamiento", como le dijo por carta a Reyes, si bien, como también recoge otra misiva mandada al mismo destinatario, la razón estribaba, más bien, en el alejamiento de Juan Ramón de las actividades que llevaba a cabo Ortega y su grupo:
"Como era de esperar, en este 1923 se está confundiendo "sencillez" con "simpleza"; "intelectualismo " con "intelectualería"; "claridad" con "vulgaridad"; "vida" con "periodismo"; "cultura" con "filología", con "lectura secundaria", con "exhumación"; "crítica" con "desahogo"." (Ideolojia (1897-1957) (Metamorfosis IV), Antonio Sánchez Romeralo(ed.), Barcelona, 1990, p. 186)
Por su parte, Gómez de la Serna tenía, ese mismo día, a la misma hora, un entierro; y, como acertadamente comentó Eugenio D´Ors, "-¡Qué competencia!-".
Alfonso Reyes, el convocante, nos ofrece en su texto datos del evento:
"El primero en llegar fue José Ortega y Gasset. Lo vi cuando entraba en la calzada central. Lo llamé de lejos. Era un día neutro, nublado y claro. Algo París de los años 80... Sacudiendo el viento los ramajes de nubes, hizo caer escasas gotas. Luego quedó el tiempo seguro, y había una frescura casi dulce.
(...)
El Botánico tenía una iluminación de vidrieras opacas, de taller fotográfico. Cada árbol, al paso, nos decía una palabra, como al estudioso Goethe en sus escursiones de naturalista; la palabra escrita en su etiqueta: Almez, Alerce, Sófora Japónica, Pawlonia, Arce Sacarino.
Cada árbol, al paso, traía tejido en las ramas todo el ambiente de su paisaje propio: uno filtraba un cielo griego por entre su follaje claro; otro encuadraba un tenue horizonte japonés entre las antenas curvas de dos guías floridas; la torre del ciprés hendía -y lo creaba- el aire de Fiésole."
Mientras Díez-Canedo cronometraba los cinco minutos, Juan Ramón, desde su casa, depuraba un poema de 1913 que comenzaba:
"Después del resplandor súbito,
venía un vacío frío...
Fui seguro hacia su sombra,
-pero ciego-"
Mandó este poema a Revista de Occidente, con un pequeño comento, en el que se lee:
"Según mi cálculo, en los cinco eternos minutos del "silencio a Mallarmé", debí andar -con la imagen del quieto museo de vegetales mármoles negros, que ustedes misteriosamente complicaban, de nuestro carbonoso, sucia, estrepitosamente vecindado, tristísimo Botánico, viéndose entre las barras de luz de oro de los versos octosílabos- por la segunda mitad de mi poesía."
Las aportaciones fueron interesantes aunque desiguales, y pocas, ciertamente, tuvieron en cuenta a Mallarmé (salvedad de Reyes y Bergamín). De entre todas destacaré la genial de D´Ors:
"El primer minuto pudo pecar, necesariamente, de dispersión y de aleteo.
El segundo minuto se balanceó un poco y cayó con lentitud espesa, así como cae del pico del cuentagotas farmaceútico la lágrima de jarabe que dosifica una mano escrupulosa.
El tercer minuto se distrajo porque acertó a pasar por las cercanías una figura algo extraña, que sobre la calada caperuza del impermeable negro se había encasquetado un sombrero hongo, negro también. Para la aparición, nosotros fuimos recíprocamente aparición. Se detuvo un punto, miró sin demasiada curiosidad, y se fue.
El cuarto minuto de silencio tuvo calidad de roce de ala. Una tras otra lo fueron sintiendo las frentes descubiertas, con una sucesión que ya excluía el sobresalto.
El minuto final se quedó vacío, y ya dejaba sentir, acaso, cierta superfluidad. Sus paredes se volvieron delgadas y se irisaron, como las de pompa de jabón próxima a romperse. La señal de que el tiempo que había transcurrido le reventó."
Jardín Botánico, bosque meditado.
¡Qué lejos "L´après-midi d´un faune"!
¡Qué lejos Debussy!

martes, 1 de diciembre de 2009

LECCIÓN DE FRANCISCO PINO





Pero no hemos de dejarnos cegar por la mirada subyugante del bosque que puede aherrojarnos. Hemos de probar otros caminos, otras vías, veredas, vericuetos o trochas. Los encontraremos dispersos en una espesa multitud de ámbitos, en los más variopintos espacios que nos son dados hollar. Me lo ha venido a decir, despertándome de mi boscoso letargo, el poema del maestro Francisco Pino:


"ANTISALMO 37

1. Ver el mar,
bailar

2. Ver el monte,
Volar.

3. Ver el bosque,
gritar.

4. Ver el llano,
Callar.

5. La luna está arriba,
debajo.



Al versículo 4º con la verdad histórica del antisalmo 37:

Y el hombre del llano, como yo lo soy, siempre que habla se acomoda al patíbulo. Sabe que recuesta su cabeza en el palo porque quiere recostarla. Porque quiere que le devuelvan el silencio. El único sillón donde se encuentra bien el hombre del llano es en el patíbulo. ¡Que le callen!"


O bien aquellos versos del poema "Por Chambord", del poemario Más cerca (1965):
"Vuelva a mi sequedad,
tu sequedad azul, de azul caliente,
tu sequedad de cal de cerros de nácar,
tu sequedad Castilla;
tu sequedad que es un ansia de oración.
(...)
no me engañe en el bosque que rezuma,
bajo los grises de una lluvia siempre
cercana, sus riquezas y frescura.
Pásese esta abundancia donde
muere toda apetencia, y en donde, sin deseo
de Dios, gris y dormido,
el corazón no pide nada. Nada"


Pero mi sequedad no es la Castilla del maestro del Pinar de Antequera, aquel "balcón azul", sino la sequedad de la serranía malagueña, de la Sierra de Tejeda, cuna de mi paraiso infantil y de amoríos juveniles. Allá en la Axarquía, en ese palomar de Canillas de Aceituno, desde donde se intuye la luz primera que vio María Zambrano, en su Vélez. Sequedad de aquellas lomas y riscos, ¡oh Maroma!, por donde transitan los personajes de la novela Los estandartes de Yante. De ella hablaré, más adelante.




sábado, 28 de noviembre de 2009

DEL ALBA A LA NIEBLA



El poeta convaleciente piensa en el caminante, en su espesa andanza a través del monte cuajado de nieblas. Lo ve huir con sigilo del camino bajo y del acechante cobijo de las alimañas. Cuando ya el frio estertor último de la noche da paso al bostezo y el aliento de las claridades, busca el cazador de sombras vivas los nidos recónditos de los pájaros del albor. Y al albur de la estremecida mañana el cazador y caminante se detiene ante un rescoldo abandonado, a la entrada de una cueva. Otea en la sima los ecos apagados de su voz y en la brasa, vagamente candente en la ceniza, los augurios del horizonte.
El caminante encuentra en el bosque la "dynamis me einai" esa segunda articulación -la primera sería la potentia ad actum- de la potencia según Aristóteles: la potencia de no-ser, esa potencia constitutiva que es impotencia y al mismo tiempo potencia de la potencia, como expresó Giorgio Agamben: "...para la potencia de no ser, por su parte, el acto no puede jamás consistir en un simple tránsito de potencia ad actum: ella es, por tanto, una potencia que tiene por objeto la potencia misma, una potentia potentiae."
Esto piensa el poeta convaleciente: allí el cazador encuentra el aliento de todo acto, el aliento, en definitiva, de todo ser que proviene de potencia para devenir en sustancia. No hay potencia completa sin no ser, sin potencia de no ser. Allí, pues, el alimento del salto.

martes, 24 de noviembre de 2009

IR AL BOSQUE




Me adentro en el silencio del bosque, aquel que nos descubre la entraña musical de la corteza del árbol, el acorde remoto de la rama, la sonoridad aérea de las aves, las líneas consonantes de los aires, todo ello y mis pasos siendo silencio en el silencio. Como pasear por un pulmón de hojarascas, hollando en la arcilla una humedad primera, una anciana herida que restaña la palabra. Ir al bosque es ir a la palabra, a ese silencio que cobija la palabra, a ese rumor que alberga el silencio y la palabra. Ir al bosque es escuchar el vacío en la oscuridad de un pozo, alentando al final un murmullo, un destello de luz negra y líquida que suena como un golpe contínuo contra las paredes de un pulmón arcano. Ir al bosque es ir hacia la vida, una vida que es aliento, voz y luz, sumidas y encadenadas en el silencio.

Dice Heidegger en un texto de 1933 que la auténtica soledad no nos aísla, sino que su fuerza primigenia consiste en arrojarnos a la "extensa vecindad de todas las cosas". Y esa soledad primigenia la encontró Heidegger en la montaña, en el bosque, en la vida campesina de la Selva Negra. Desde allí nos dijo: "El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta."

Ahí nace la palabra que funda, la palabra poética, en la resistencia contra los embates de las inclemencias que acosan y fortalecen ese canto antiguo.

lunes, 4 de mayo de 2009


PAISAJE DESDE EL SUEÑO


Acaba de salir una reseña del poeta y narrador Miquel Martínez, en la revista Lletres valencianes, dedicada a mi poemario Paisaje desde el sueño. He aquí el enlace:


dglab.cult.gva.es/Libro/articulos_lletres/lletres_25/25_poesia/paisaje.pdf

RESEÑA DE 'PAISAJE DESDE EL SUEÑO', de ANTONI GÓMEZ

  Pertany Juan Antonio Millón (Sagunt, 1960) al cercle de poetes i lletraferits que al llarg de quasi dues décades publicaren a Sagunt la re...