
Pero no hemos de dejarnos cegar por la mirada subyugante del bosque que puede aherrojarnos. Hemos de probar otros caminos, otras vías, veredas, vericuetos o trochas. Los encontraremos dispersos en una espesa multitud de ámbitos, en los más variopintos espacios que nos son dados hollar. Me lo ha venido a decir, despertándome de mi boscoso letargo, el poema del maestro Francisco Pino:
"ANTISALMO 37
1. Ver el mar,
bailar
2. Ver el monte,
Volar.
3. Ver el bosque,
gritar.
4. Ver el llano,
Callar.
5. La luna está arriba,
debajo.
1. Ver el mar,
bailar
2. Ver el monte,
Volar.
3. Ver el bosque,
gritar.
4. Ver el llano,
Callar.
5. La luna está arriba,
debajo.
Al versículo 4º con la verdad histórica del antisalmo 37:
Y el hombre del llano, como yo lo soy, siempre que habla se acomoda al patíbulo. Sabe que recuesta su cabeza en el palo porque quiere recostarla. Porque quiere que le devuelvan el silencio. El único sillón donde se encuentra bien el hombre del llano es en el patíbulo. ¡Que le callen!"
O bien aquellos versos del poema "Por Chambord", del poemario Más cerca (1965):
"Vuelva a mi sequedad,
tu sequedad azul, de azul caliente,
tu sequedad de cal de cerros de nácar,
tu sequedad Castilla;
tu sequedad que es un ansia de oración.
(...)
no me engañe en el bosque que rezuma,
bajo los grises de una lluvia siempre
cercana, sus riquezas y frescura.
Pásese esta abundancia donde
muere toda apetencia, y en donde, sin deseo
de Dios, gris y dormido,
el corazón no pide nada. Nada"
Pero mi sequedad no es la Castilla del maestro del Pinar de Antequera, aquel "balcón azul", sino la sequedad de la serranía malagueña, de la Sierra de Tejeda, cuna de mi paraiso infantil y de amoríos juveniles. Allá en la Axarquía, en ese palomar de Canillas de Aceituno, desde donde se intuye la luz primera que vio María Zambrano, en su Vélez. Sequedad de aquellas lomas y riscos, ¡oh Maroma!, por donde transitan los personajes de la novela Los estandartes de Yante. De ella hablaré, más adelante.

