sábado, 9 de marzo de 2019

EL POEMA COMO COMBATE INTERIOR, DE JEAN STAROBINSKI







El combate está en todas partes, para el poeta. A su alrededor, dentro de él, existe algo que lo reprime o lo somete, y de lo cual hay que dar razón. Algo que debe ser roto, o embelesado, o incluso liberado. (En el mito griego, se lanzan pasteles de miel, la música conduce a los monstruos que prohíben el acceso a las entradas más profundas.) Siempre existe este adversario anónimo que se interpone en el camino de la boca que pronuncia, ese vacío que busca captar las palabras a medida que nacen. Hay fronteras que deben ser rotas, intensidades que deben ganarse ante el frío y la indiferencia, tanto dentro como fuera. Y debemos forzar las defensas de estas realidades salvajes en las que buscamos la amistad...
El combate está en todas partes. Su término extremo es la tensión heroica. ¿Pero no está la confrontación ya comprometida desde los primeros movimientos de la poesía y los alineamientos  más simples del canto, incluso cuando no se busca desarrollar una ambición "superior"? Desde el momento en que el poeta recibe la primera llamada interior que le pide que se convierta en una voz, desde la primera emoción de la palabra, debe saber cómo superar todos los poderes que reprimen su canto, debe superar ese silencio que se opone al estallido de las palabras, para liberar así las imágenes que la inercia detienen. El canto más ingenuo, la línea melódica más humilde existe solo al precio de una victoria siempre amenazada por una "materia" opuesta que se le resiste. Es en este material miserable y vacío en el que el poema se registra, es en él que muerde -como si fuera un golpe de fuego en un bloque de noche o en la nada masiva. Es necesario para la palabra este negativo que la hace existir en el rechazo: así puede ella hacérsenos visible, desprenderse de lo que la rechaza y la niega- la letra negra sobre el blanco de la página. Esta resistencia muda es el auténtico soporte del poema; y, como las figuras en la pantalla, las palabras se forman en esta impenetrable y ligera opacidad que parece formada con las cenizas de todas las palabras perdidas…
Hay algo inasible en esto que toma consistencia oponiéndose al canto, un límite que se está reformando siempre más lejos, a medida que pensamos que lo creemos rebasado. Solo quizá lo supere el silencio que el poema crea para absorberlo, ese silencio de antes de las palabras que perseguimos pensando en la victoria... Pero el infierno (o los cielos) son siempre más vastos que el campo de Orfeo. Un aire inviolado circunda las palabras más altas. Su propulsión hacia el espacio espiritual no las llevará más lejos (al menos por esta vez). Pero allí donde muere la última onda del campo, frente a ese extraño para siempre, extraño que ya no tiene fuerza para invadir nada, allá donde el canto se extingue ante lo que ya no le pertenece, allá donde se reencuentra "el otro" irreductible, allá donde están las fronteras verdaderas de la poesía, allá la línea ideal traza el rostro de un poeta.
Lo  insuperable se posa sobre su faz y atrapa la imagen como el velo de la Verónica. El retrato del poeta está en los confines de su canto; para nosotros, ese límite sigue siendo secreto. ¿Hay alguna vez algo que termine definitivamente? ¿No queda el futuro abierto a esta música que crece como un árbol en la libertad del cielo? Porque las grandes obras tienen el don de crecer con el tiempo, aunque la mano que las conformó ya se haya congelado.


Jean Starobinski, La Beauté du monde. La littérature et les arts, Gallimard, Paris, 2016.


(Nota bene: El pasado 4 de marzo nos dejaba en Morges, a orillas del lago Lemán, el ginebrino Jean Starobinski. Su magnífica obra, sus lecturas, su visión imaginativa, su erudición, nos seguirán acompañando en el viaje prodigioso por los textos, mostrándonos nuevas maravillas de tierras incógnitas. Sit tibi terra levis, magister.)

viernes, 29 de diciembre de 2017

NUEVA PUBLICACIÓN: SENDAS



Este libro recoge los poemas que desde 2009 he ido publicando en el blog Sendas y divagaciones. Está dividido en dos volúmenes: el primero recoge los poemas propios y el segundo las traducciones que fui ofreciendo de aquellos poemas que, por diversas circunstancias, se me hizo premiosa su versión al castellano. En la selección de poetas y poemas no hay ninguna premisa previa, fueron azarosamente trabajados, guiado por la necesidad poética y el deleite que la traducción me deparaba; únicamente los une, creo yo, la matriz latina de la lengua de origen.

 

Sendas, que bien tracé o bien trazaron otros, quiere exponer distintas voces que nos ayuden a recorrer los viejos temas de la poesía, o, lo que es lo mismo, de la vida: el tiempo y la naturaleza; la muerte o la dicha de vivir; el asombro y el estupor.

 

Podéis conseguir los libros accediendo al siguiente enlace:

 

 http://sendas.bigcartel.com/product/sendas

lunes, 23 de octubre de 2017

EL VIAJE AL INFRAMUNDO Y EL (RE)CONOCIMIENTO (I)




En la mítica obra de la Antigüedad clásica, la Odisea, encontramos un curioso pasaje que nos permite conectar el mundo clásico antiguo con el mundo medieval occidental, más concretamente, nos permite enlazar a Homero con Dante. El nexo de unión será el inframundo, el país de los muertos -en un caso la morada del Hades pagano, en el otro, el Infierno cristiano- y el viaje como conocimiento.
Nos referimos al Canto XI en el que Homero relata el viaje que Ulises y sus hombres realizan al Hades –aconsejados por Circe- para preguntar a Tiresias por el camino de regreso a Ítaca. Allí se encontrará Ulises no sólo con el célebre adivino, personaje del Edipo, Rey, de Sófocles, sino que deambularán y hablarán con él otros personajes míticos, de entre los cuales destaca el encuentro de Ulises con su madre.
Ulises, cuenta Homero, se dirigió con sus hombres, en el negro bajel, a los confines del Océano y, después de coger unas ovejas de la ciudad de los Cimerios para su sacrificio, se encaminó donde le dijo Circe:

"Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas, y yo, desenvainando la aguda espada que cabe el muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo por lado; hice a su alrededor libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua y lo despolvoree todo con blanca harina. Acto seguido supliqué con fervor a las inanes cabezas de los muertos, y voté que, cuando llegara a Ítaca, les sacrificaría en el palacio una vaca no paridera, la mejor que hubiese, y que en su obsequio llenaría la pira de cosas excelentes, y también que a Tiresias le inmolaría aparte un carnero completamente negro que descollase entre nuestros rebaños. Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron saliendo del Erebo, las almas de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angustiado por reciente pesar, y muchos varones que habían muerto en la guerra, heridos por broncíneas lanzas, y mostraban ensangrentadas armaduras: agitábanse todas con grandísimo murmurio alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro; y el pálido terror se enseñoreó de mí. Al punto exhorté a los compañeros y les di orden de que desollaran las reses, tomándolas del suelo donde yacían degolladas por el cruel bronce, y las quemaran inmediatamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y yo, desenvainando la aguda espada que cabe al muslo llevaba me senté y no permití que las inanes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre antes que hubiese interrogado a Tiresias.

(………)

Diciendo así, el alma del soberano Tiresias se fue a la morada de Hades apenas hubo proferido los oráculos. Mas yo me estuve quedo hasta que vino mi madre y bebió la negruzca sangre. Reconocióme de súbito y díjome entre sollozos estas aladas palabras:

—¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta obscuridad tenebrosa? Difícil es que los vivientes puedan contemplar estos lugares, separados como están por grandes ríos, por impetuosas corrientes y, principalmente, por el Océano, que no se puede atravesar a pie sino en una nave bien construida. ¿Vienes acaso de Troya, después de vagar mucho tiempo con la nave y los amigos? ¿Aun no llegaste a Itaca, ni viste a tu mujer en el palacio?

Así dijo; y yo le respondí de esta suerte:
—¡Madre mía! La necesidad me trajo a la morada de Hades, a consultar el alma de Tiresias el tebano; pero aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra; pues voy siempre errante y padeciendo desgracias desde el punto que seguí al divino Agamemnón hasta Ilión, la de hermosos corceles, para combatir con los troyanos.

Mas, ea, habla y responde sinceramente: ¿Cuál hado de la aterradora muerte acabó contigo? ¿Fue una larga enfermedad, o Artemis, que se complace en tirar flechas, la que te mató con sus suaves tiros? Háblame de mi padre y del hijo que deje, y cuéntame si mi dignidad real la conservan ellos o la tiene algún otro varón, porque se figuran que ya no he de volver. Revélame también la voluntad y el pensamiento de mi legitima esposa: si vive con mi hijo y todo lo guarda y mantiene en pie, o ya se casó con el mejor de los aqueos.

Así le hablé; y respondióme en seguida mi veneranda madre:

—Aquella continúa en tu palacio con el ánimo afligido y pasa los días y las noches tristemente, llorando sin cesar. Nadie posee aún tu hermosa autoridad real: Telémaco cultiva en paz tus heredades y asiste a decorosos banquetes, como debe hacerlo; el varón que administra justicia, pues todos le convidan. Tu padre se queda en el campo, sin bajar a la ciudad, y no tiene lecho ni cama, ni mantas, ni colchas espléndidas: sino que en el invierno duerme entre los esclavos de la casa, en la ceniza, junto al hogar, llevando miserables vestiduras; y, no bien llega el verano y el fructífero otoño, se le ponen por todas partes, en la fértil viña, humildes lechos de hojas secas donde yace afligido y acrecienta sus penas anhelando tu regreso, además de sufrir las molestias de la senectud a que ha llegado. Así morí yo también, cumpliendo mi destino: ni la que con certera vista se complace en arrojar saetas, me hirió con sus suaves tiros en el palacio, ni me acometió enfermedad alguna de las que se llevan el vigor de los miembros por una odiosa consunción; antes bien la soledad que de ti sentía y la memoria de tus cuidados y de tu ternura, preclaro Odiseo, me privaron de la dulce vida.

Así se expresó. Quise entonces efectuar el designio, que tenía formado en mi espíritu, de abrazar el alma de mi difunta madre. Tres veces me acerqué a ella, pues el ánimo incitábame a abrazarla; tres veces se me fue volando de entre las manos como sombra o sueño. Entonces sentí en mi corazón un agudo dolor que iba en aumento, y dije a mi madre estas aladas palabras:

—¡Madre mía! ¡Por qué huyes cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma morada de Hades nos echemos en brazos el uno del otro y nos saciemos de triste llanto? Por ventura envióme esta vana imagen la ilustre Persefonea, para que se acrecienten mis lamentos y suspiros?

Así le dije; y al momento me contestó mi veneranda madre:


—¡Ay de mi hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres! No te engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño. Mas, procura volver lo antes posible a la luz y llévate sabidas todas estas cosas para que luego las refieras a tu consorte".

(Traducción de Lluís Segalà i Estalella)




domingo, 28 de agosto de 2016

NOTAS DEL BÁLTICO






CAMAROTE

Llueve en el mar de cristal y las regatas dibujan senderos imprevisibles. Tensada la flecha de la vida es la estela que me lanza a un viaje de puertos ignorados.







GAVIOTAS

Muestran sus picos amarillos y otean nuestras vidas desde lo alto. No nos despiden en nuestra partida, celebran el juego del movimiento, la fuerza del aire cálido del barco, encandiladas de las ráfagas chispeantes de nuestras cámaras.




domingo, 19 de junio de 2016

ARRIATES DE UNA ISLA (IV): COMIDA PARA CENTAUROS





La llegada del verano

Tu vida ha sido larga pero demasiado solitaria,

compañero poeta de cabellos grises
que suspirabas a la espera de nuevas melodías
frente a la sombría pesadumbre
de una vieja amistad en decadencia,
de la taciturna repetición -
pues ¿quién puede medrar en soledad
cuando acepta sus frías necesidades?

Deja que el amor amanezca con la llegada

de un fresco y lluvioso verano,
sin albaricoques henchidos que caen al suelo,
ni fresas en flor,
ni vainas en los tallos,
ni cerezas en las ramas.

Neguemos lo absurdo

de todo verdadero estío:
no vivamos los malos tratos
ni las burlas de los nuevos forasteros;
elogiemos a los tordos errantes
y escuchemos sus canciones.



Este fue uno de los seis poemas que seleccionó y tradujo Lucía Graves, de entre la producción poética de su padre y que formaron parte de una carpeta suplementaria -acompañados por seis ilustraciones de artistas plásticos: Jaime Giménez de Haro, Joaquim Michavila, Carmen Grau, Mariano Maestro, Manolo Bellver y Vicente Castellano- del monográfico que la revista Abalorio publicó en su número 10-11 del Otoño-Invierno de los años 1985-86.

Fue un monográfico memorable que presentamos en Valencia acompañados por la presencia de Lucía y con una conferencia de Ignacio Gómez de Liaño, en la Lonja de la Seda. Antes de eso, fue mostrado en la Casa de cultura de Puerto de Sagunto, donde se pasó el film El grito, de Jerzy Skolimovsky, basado en un relato de Robert Graves, comentado por Pilar Pedraza.
El trabajo de varios meses había dado su fruto en aquella publicación que mi amigo Manolo Bellver diseñó y maquetó y que fue impresa, con el cuidado y buen hacer de siempre, por la Imprenta Navarro de Sagunto.
Junto a un texto de W.H. Auden sobre Robert Graves, allí se recogieron artículos de Carlos García Gual, Paul O´Prey, José V. Selma, Basilio Baltasar, Juan Noyes-Kuehn y Juan A.-Rafael Millón; textos de Robert Graves: ensayo, cartas y poemas; y, finalmente, poemas y relatos, en homenaje a Graves, de Luciano de Samosata -traducido por García Gual-, Francisco Salinas. Ramón Chantri, José Iniesta, Juan Marcel, Pilar Pedraza y Juan Antonio Millón.
Utilizando el título de uno de los ensayos de Graves: Comida para centauros.

domingo, 12 de junio de 2016

ARRIATES DE UNA ISLA (III): LOS OJOS DE ROBERT GRAVES


El autobús que había tomado de madrugada en la estación de Palma, aquella mañana de finales de julio de 1985, subía desde hacía tiempo por un estrecha carretera flanqueada por bancales de olivos y espesas pinadas. Desde mi asiento vi de lejos la Cartuja de Valldemosa y pensé en George Sand y Chopin -en mi viaje hacía exactamente diez años por estos parajes- y fantaseé las estancias por estos pagos de Melchor de Jovellanos -destarrado aquí por Godoy-, de Rubén Darío o de un jovencísimo Jorge Luis Borges junto a su amigo Jacobo Sureda.
Ese mismo día cumplía noventa años Robert Graves y su hija Lucía me había invitado a acompañarles en la fiesta para conocer a la familia y poder acceder allí a unas fotografías. No estaba nervioso, todo por entonces era para mí una dádiva y meramente disfrutaba: de aquella mañana tan limpia, de aquel sol reflejándose en las calas que pude entrever desde el autobús cuando estaba cerca de Deià, del olor a pino junto al aire salitroso que se colaba por la ventana o de aquellos olivos de voz remota.
Tuve que andar un buen trecho desde donde me había dejado el autobús que seguía su trayecto hasta Sóller. Y finalmente, después de un largo muro de piedras, encontré la entrada a la casa de Graves, Ca N´Alluny. Lucía me vio acercarme por el camino de tierra y salió a mi encuentro, presentándome después a sus hermanos, el mayor Williams -quien hoy dirige la Fundación Robert Graves-, Juan, el músico y Tomás, el pequeño, quien se ocupaba de seguir con la tradición de la imprenta que instaló su padre en Deià junto a su compañera, la poeta Laura Riding. 
Estuve un buen rato conversando con Tomás ya que él sería el encargado de hacer los fotolitos de la fotografías en una imprenta de Palma y tuvo la deferencia de enseñarme algunas de las bellas publicaciones que había hecho. Después me presentó a su madre, una mujer con una vitalidad extraordinaria, Beryl, quien me dejó unos álbumes de fotos para que eligiese aquellas que podrían ser publicadas en el monográfico. Después me pasaron al estudio del escritor y me dijeron que me quedase allí mirando las fotos y eligiendo mientras  le daban de comer a Robert. Fue entonces cuando empecé a sentirme nervioso: estaba tan cerca de la vida de Graves, en su cuarto de trabajo, delante de sus tinteros -sobre la mesa había tres, de distintas coloraciones-, de sus manuscritos, de su biblioteca; saber que él andaría muy cerca y que pronto podría saludarle...
Beryl me llamó para que pasara a verle y le encontré envuelto en una manta, sentado en una silla de ruedas, encorvado. Cuando su mujer le anunció que había ido a visitarle un joven que iba a publicar una revista dedicada a él, levantó la cabeza envuelta en una nube blanca y quedé atónito al ver sus ojos. No articuló la voz, vivía en una ancianidad callada. Pero sus ojos retenían el mar de Homero, sumergidos en un glacial azul.

miércoles, 8 de junio de 2016

ARRIATES DE UNA ISLA (II): PROLEGÓMENOS DE UN VERANO EN MALLORCA

                             García Gual y quien esto escribe, fotografiados por Gastón Segura

En el invierno de 1984, acompañado por mi compañero Gastón Segura -actualmente un notorio novelista, a quien conocí en mis años de la Facultad de Filosofía y con quien pergeñé, acompañados por Paco García Donet,  la revista universitaria Aurora- tomamos un transbordador desde el Puerto de Valencia hacia Palma.
Llevaba varios meses detrás de la idea de dedicar un monográfico de la revista de literatura que habíamos creado en Sagunto, Abalorio, a la obra de Robert Graves. Me enteré entonces, por la prensa, de que una librería y galería de arte de Palma de Mallorca, Byblos, iba a inaugurar una exposición dedicada al autor del Yo, Claudio; así que que nos dirigimos hacia allá mi amigo y un servidor.
Allí conocí al helenista Carlos García Gual a quien le relaté todo mi proyecto y quedó entusiasmado, prometiéndome participar en él no solo con un artículo sobre la novela histórica de Graves, que era lo que yo le pedía, sino también con la aportación de una traducción de alguno de los relatos fantásticos de Luciano de Samosata en los que estaba, por entonces, trabajando.
García Gual, amabilísimo en todo momento, me presentó a la hija de Graves, Lucía, quien aceptó emocionada mi idea y me invitó a visitar su casa en Deià, Ca N´Alluny, donde me presentaría a su padre y podría Beryl Pritchard, su madre y segunda esposa de Robert, dejarme algunas fotografías para el monográfico de la revista.
El desalmado y soñador jovenzuelo que se había colado en aquella fiesta mallorquina a la que no había sido invitado, convirtió la velada en un proyecto prometedor que pretendía aportar luz nueva a un autor del que más allá de los tópicos sobre sus novelas poco se conocía: su poesía, sus estudios de mitología hebraica y micología, su conocimiento de la literatura española, sus cartas, su imprenta..La promesa de un feliz verano en Mallorca.

domingo, 5 de junio de 2016

ARRIATES DE UNA ISLA (I): UN INVIERNO EN MALLORCA




Comienzo hoy una serie dedicada a Mallorca, concretamente a tres lugares de esa isla que supusieron para mí jalones sentimentales por diversas razones: Valldemosa, Deià y Palma. El primero de ellos va unido a mi primer viaje fuera de la península, viaje programado por el Colegio donde estudié octavo de EGB, lo que suponía para mí y mis compañeros el final de la etapa de nuestra educación primaria y el comienzo de nuestro adolescente bachillerato: un rito de paso.
Fue en el verano del 75. De los muchos sitios que visitamos guardo un recuerdo imborrable de la Cartuja de Valldemosa, En su tienda de souvenirs compré mi primer libro, un libro, además, "serio", ya que hasta entonces los pocos ejemplares que almacenaba mi escuálida biblioteca eran en su mayoría libros infantiles o juveniles regalados en los santos y cumpleaños, la gran mayoría de las célebres colecciones de la editorial Bruguera. El primer libro que compré con mi dinero -quiero decir, con el que me dieron mis padres- fue el de Bartomeu Ferrá, Chopin y George Sand en Mallorca. De él me atrajo, en principio, la cuidada encuadernación de la edición cartujana, la textura de sus hojas, su tipografía, su lámina desplegable; eran para mí una sorpresa, no había tenido en mis manos un libro así y atrajo toda mi atención. Por otro lado, la figura del músico Frédéric Chopin seducía mi curiosidad, al menos desde que vi en televisión, unos meses atrás, el biopic de Charles Vidor, Canción inolvidable.
Fue el comienzo de mi bibliofilia, alimentada hasta entonces tan solo con libros ajenos que podía tomar prestados de la Biblioteca municipal de Sagunto, ejemplares que me proporcionaba el inolvidable don Guillermo Andreu, bibliotecario, archivero municipal y profesor de Lengua y Literatura en el Intituto de la localidad. Allí, regresado ya del viaje, pude leer el libro que servía a Ferrá de base para el suyo, Un invierno en Mallorca de George Sand. De su lectura recuerdo especialmente las líneas que dedicó a los olivos de Valldemosa, olivos que, cuando después he tenido la suerte de retornar a la isla, siempre he visitado para recordar a aquella extraordinaria escritora y mi primera visión de aquel paisaje. He aquí el fragmento de Sand:

“Al ver el aspecto formidable, el grosor desmesurado, y las actitudes furibundas de esos árboles misteriosos, mi imaginación los ha aceptado de buena voluntad por contemporáneos de Aníbal. Cuando se pasea uno por la tarde a su sombra, es preciso que se acuerde bien de que aquello son árboles; pues si daba crédito a los ojos y a la imaginación, quedaría uno espantado en medio de todos esos monstruos fantásticos; los unos encorvándose hacia vosotros como dragones enormes con la boca abierta y las alas desplegadas; otros arrollándose sobre sí mismos como boas entumecidas; otros abrazándose con furor como luchadores gigantescos. Aquí hay un centauro al galope, llevando sobre su grupa no sé qué horrible mona; allí un reptil sin nombre que devora una cierva jadeante, más lejos un sátiro que baila con un macho cabrío menos deforme que él, y, a menudo, es un solo árbol resquebrajado, nudoso, torcido, giboso, que tomaríais por un grupo de diez árboles distintos y que representa todos estos diversos monstruos para reunirse en una sola cabeza, horrible como la de los fetiches indios y coronada por una sola rama verde, como una cimera.”

sábado, 12 de marzo de 2016

REFLEXIÓN DE CARL SCHMITT EN TORNO A HAMLET Y LA MADRE EN LA LITERATURA UNIVERSAL

  

Es muy importante establecer relaciones -tanto de similitud como de diferenciación- entre distintas obras de la literatura universal. Ello no sólo abunda en un conocimiento de las distintas obras, autores y épocas, sino que nos inmiscuye en la reflexión, en la profundización de los autores -sus obras, sus personajes, sus temas- que muestran así su complejidad fructífera, aquello que los convierte en "clásicos".
En este sentido, una cita del filósofo alemán Carl Schmitt nos será de suma utilidad. Pertenece a una conferencia que ofreció en 1955 en Düsseldorf y que fue recogida en libro en 1985. La podemos encontrar en castellano en el libro Hamlet o Hécuba, editado por Pre-textos (Valencia, 1993)
:
"Como es sabido, el espíritu europeo desde el Renacimiento se ha desmitificado, tanto como desmitologizado. A pesar de lo cual, la creación literaria europea ha producido tres grandes figuras simbólicas: Don Quijote, Hamlet y Fausto. Y una entre ellas, Hamlet, ha alcanzado la condición de un mito. Son los tres destacados lectores de libros y, en ese sentido, intelectuales, si queremos decirlo de este modo. Los tres son descarriados del espíritu. Pensemos por un momento en su origen y en su procedencia: Don Quijote es español y de un catolicismo puro; Fausto, alemán y protestante; Hamlet ocupa un lugar entre los dos, en la división que ha determinado el destino de Europa."

        La obra de Schmitt contiene muchas reflexiones importantes. Invitamos a recorrerlas, con este extracto de su primer capítulo:
"La pregunta por la culpa de la madre se impone desde el comienzo del drama y ya no se puede ocultar en el curso del mismo. ¿Qué debe hacer un hijo que quiere vengar a su padre asesinado y encuentra que su madre es la actual esposa del asesino? La situación inicial presenta, como dijimos, un viejo tema propio de las sagas, los mitos y la tragedia. La respuesta, igualmente antigua, sólo permite reconocer dos posibilidades. Un hijo que se encuentra de tal modo en conflicto entre su deber de venganza y el vínculo con la madre, prácticamente sólo tiene dos caminos. Uno es el de Orestes en la saga griega y en la tragedia de Esquilo: el hijo mata al ases¡no y también a su propia madre. El otro es el recorrido por el Amleth de la saga nórdica, que Shakespeare conoció y utilizó: unidos ambos, madre e hijo, matan al asesino. Esas son las dos simples respuestas de la tragedia griega y de la saga nórdica. Todavía hoy no existe un tercer camino. La madre no puede resultar neutral, si tomamos en serio el deber de la venganza y a la mujer como una persona humana completa. Lo extraño e impenetrable en el Hamlet shakespereano es que no sigue ninguno de los dos caminos. Ni mata a la madre ni se une a ella. La obra deja en la oscuridad si la madre es o no cómplice."

viernes, 29 de enero de 2016

ÍTACA REMOTA
























Al pasar el Boquete de Zafarraya, dejamos atrás las tierras de Alhama de Granada y nos lanzamos al albor de la raigambre, pegados a las estribaciones de la sierra de Alhama. Al fondo, la Sierra de Tejeda con los pueblos encaramados (Espino, Alcaucín y, ay, Canillas de Aceituno), y allá, aún más allá, la voz del padre relatándote una épica de dolor y miseria, de brío y esperanza. Un viaje hacia el instante aquel, hacia la extraña claridad del descubrir, un éxodo a una ítaca remota.

El 11 de marzo de 2011, poco después de morir mi padre, escribí estas palabras, recordando una película que vi con mi hijo, Departures:

 "Vi esta película con mi hijo. Después de verla, él quiso cambiar su estudio del instrumento del violín por el de cello. Me hizo mucha ilusión que tomara esa decisión. Aunque hoy ya haya dejado de tocarlo, suelo recordar imágenes de la película que tanto me impactó, por recordar tantas cosas...como hoy, que recuerdo a mi padre, como aquel niño japonés. A él su padre le daba guijarros del río y los atrapaba en su mano y en su memoria. Yo atrapé del mío sus historias en el viaje de regreso a su pueblo natal, a Canillas de Aceituno. Al cruzar el límite provincial de Granada y Málaga, allá en lo alto, pasando por el boquete de Zafarraya, se veía un espectáculo de cielo y montañas. Entonces mi padre me recordaba sus aventuras por la sierra, con las cabras, con el esparto, el frío, el dolor inmenso de espalda, el miedo de la noche y los guardias civiles...Tantas veces volvimos a Canillas, tantas veces me contaba sus historias, tantas veces yo aguardaba a pasar aquel límite para asistir al espectáculo de la vida y el misterio. Y espero volver pronto a dejar reposar a mi padre cerca de aquellas sierras. Sí, una dulce despedida, es todo lo quiero".

 

Parte de las cenizas de mis padres las depositamos mis hermanos y yo en un rincón de la Rahije, en Canillas, poco después de morir mi madre. Pero en ese viaje no fuimos por la antigua ruta que cogía mi padre, la de Alhama de Granada. Finalmente, estas Navidades pude cumplir el deseo de visitar Zafarraya y hacer el viaje de tantos sueños.




IMPRESIÓN DE FUENTE VAQUEROS



Una mañana de diciembre, visitando la vega de Granada, leo en el primerizo libro de García Lorca, Impresiones y paisajes:

"Está la vega aplanada. Estos días tristes de invierno la convierten en campo de ensueño".

Después de Viznar, me acerqué a Fuente Vaqueros, a la casa donde la luz primera abrió los ojos. 
El agua del Genil limpia las telas de la añoranza.


RESEÑA DE 'PAISAJE DESDE EL SUEÑO', de ANTONI GÓMEZ

  Pertany Juan Antonio Millón (Sagunt, 1960) al cercle de poetes i lletraferits que al llarg de quasi dues décades publicaren a Sagunt la re...