martes, 31 de agosto de 2010

LA POESÍA DE GEORGE SANTAYANA



"Desde luego, si no sentimos la poesía de las cosas, no podremos vislumbrarla en algún reflejo verbal de ella captado por un poeta; pero yo soy un verdadero poeta al sentir esa poesía, y los críticos no son buenos críticos si les pasa por alto esta circunstancia". Esto lo decía George Santayana, o lo que es lo mismo, Jorge Ruiz de Santayana, aquel "místico castellano", como lo llamara Antonio Marichalar en Revista de Occidente (1924), nacido en 1863 en Madrid. Lo decía en las páginas de su escrito Apologia pro mente sua (1940), como respuesta a unas críticas a sus poemas por parte de los profesores Rice y Hogwate.




El filósofo Santayana admitía que había abandonado, por entonces, la poesía: "¿Por qué lo dejé? Yo diría que tuve la impresión -como la han tenido tantos otros poetas recientes- de que lo que yo tenía que decir, podía decirse mejor sin la forma poética tradicional, esto es, en prosa, pues no se me ocurrió la invencón de recursos tipográficos para convertir la prosa en poesía".




La versificación tradicional se le mostraba insuficiente o poco adecuada como forma donde abocar sus intuiciones, sus ideas. Como muy bien dice Santayana, el trato de la prosa como poesía o esa difuminación de sus límites precisos, fue algo que fecuentaron muchos poetas: "En realidad, salvo cuando el metro sigue siendo una cosa instintiva como los buenos modales, una nueva frase gráfica, una metáfora original profunda, se deslizan de un modo más fácil y libre en la prosa líqudida que a través de la malla del verso". Prosa líquida, bella imagen que expresa a las claras el género de algunas de sus páginas.




Pero, pese a lo dicho en este escrito de 1940, Santayana no dejó de regresar a los poemas, como demuestran los poemas inéditos que recogió William G. Holzberger en su edición de The Complete Poems of George Santayana (1979). La poesía y no sólo la imaginación poética o su intuición, lo que podríamos llamar "poeticidad", que vemos aparecer en sus escritos, en sus ensayos, fue una constante en su vida. Precisamente su primer libro fue Sonnets and Other Verses (1894), a los que seguirían otras ediciones, así como nuevos libros y antologías, hasta su último libro, ya editado póstumemente, The Poet´s Testament: Poems and Two Plays (1953).






El soneto III de su primer poemario fue el primer poema que escribió, con dieciocho años, y, según comentó en una entrevista en Roma, antes de morir, lo realizó a partir de un pasaje de Las Bacantes de Eurípides. Dice su primer terceto:


"Nuestro saber es una tea humeante de pino


que alumbra el camino sólo un paso adelante


a través de un vacío de misterio y horror"




Esta traducción es la que realiza el profesor de la Universidad de Valladolid, Cayetano Estébanez, en su edición de una antología de los poemas de Santayana, que editó el Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MUVIM), dentro del homenaje que esta entidad, con Román de la Calle al cargo del mismo, le tributó con un Congreso Internacional, a finales de 2009.




Hasta ahora contábamos con la traducción de diecisiete poemas por Ceferino Santos, editada en la revista Humanidades (1964), y la más extensa de José María Alonso Gamo, Un español en el mundo. Santayana, poesía y poética (1964). A estas dos, pues, hemos de celebrar la que ahora nos brinda la antología de Cayetano Estébanez, George Santayana. Materiales para una utopía. Antología de poeas y dos textos de poesía (2009).




Selecciono dos poemas que me parecen una buena muestra de su quehacer poético:


CABO COD

La baja y arenosa playa, el matorral y el pino,
la bahía y la larga línea del cielo, -
¡Oh, qué lejos estoy de casa!

La sal, olor a sal del aire espeso del mar,
y las piedras redondas que desgastan las mareas, -
¿Cuándo vendrá el buen barco?

Los míseros tocones, quemados y negruzcos,
y la blanda rodera del giro de una carreta, -
¿Por qué es el mundo tan viejo?

El rumor de la ola y el cielo, ancho y gris,
donde vuelan los grajos y la lenta gaviota, -
¿Dónde están los muertos incontables?

Los sauces inclinados junto a la ciénaga,
el gran casco varado y el tronco flotando
¡Con la vida comenzó el dolor!

Y entre los oscuros pinos y la orilla plana, -
¡Oh, el viento, y el viento, para siempre!
¿Qué será del hombre?




EL TESTAMENTO DEL POETA

Le devuelvo a la tierra lo que la tierra me dio,
todo va para el surco, nada para la tumba.
Se ha consumido el pábilo y la vela del espíritu;
la vista no podrá ir adonde fue la visión.

Sólo dejo el sonido de muchas palabras
oídas al azar con ecos burlones.
Canté al cielo. El exilio me hizo libre,
llevándome de mundo en mundo, desde todos los mundos.

Librado por las furias y los amables hados,
pisé los firmes claustros de la mente.
Todo tiempo, mi presente, todo espacio, mi lugar,
ni miedo ni esperanza ni envidia vio mi rostro.




1 comentario:

Miguel Estrada Pérez-Carasa dijo...

Qué me gusta este poeta. Gracias.

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