Poco se sabe del autor turolense
Isidoro Villarroya y Crespo, escritor de la primera mitad del siglo XIX, pero
hemos podido acceder a su expediente administrativo, su “Hoja de servicios”
—que se encuentra en el Archivo del Instituto “Vega del Turia” de Teruel—, y de
ella podemos extraer los datos biográficos y bibliográficos básicos que
exponemos a continuación.
Biografía
de Isidoro Villarroya y Crespo
Nace el 3 de abril de
1800 en el pueblo turolense de Corbalán y a los 13 años comienza sus estudios de
Gramática latina en las aulas públicas de la ciudad de Teruel. Un año después,
en 1814, obtiene una beca de número en el Real y Conciliar Seminario de Teruel
y cursa como seminarista interno Filosofía, y dos años de Teología escolástico-dogmática
y Sagradas Escrituras. En 1824 obtiene por oposición el Magisterio de latinidad
en la villa de Mora de Rubielos, y en 1827 el título de Preceptor de latinidad.
Ese mismo año, es invitado por el Obispo de Teruel a desempeñar la Cátedra de Retórica
y mayores del Seminario Conciliar, cargo que ejercerá durante 18 años.
En 1834 es nombrado vocal
de la Junta de Instrucción primaria de la provincia de Teruel y en 1845 será
comisionado por el Excelentísimo Ayuntamiento para redactar la contestación que
se debía remitir a la Comisión provincial de Monumentos históricos y artísticos
de dicha ciudad. También el año 1845 fue invitado, con motivo de la creación
del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, a ocupar la misma Cátedra que desempeñaba
en el Seminario Conciliar. En marzo de 1847 recibió el nombramiento de Catedrático
de Latín y Castellano de ese mismo Instituto. En 1853 fue invitado por el
Obispo de Teruel a impartir clases de griego en el Seminario, lo que hará hasta
su muerte el 19 de mayo de 1855.
La práctica totalidad de
sus libros los edita en Teruel, en tres Imprentas (Gimeno, García y Zarzoso),
pero editará un libro, por el que es más conocido, en Valencia, en la colección
del librero, editor e impresor, Mariano de Cabrerizo.
El primer texto que
publica es un folleto en 16º, El Santo
Via-Crucis y Dolores de María, en cuartetas y décimas (Gimeno, Teruel), en 1834.
Tres años después, en 1837, unas Lecciones de geografía (Gimeno, Teruel), en un tomo en 8º. Al año
siguiente la novela histórica, Marcilla y
Segura o los amantes de Teruel. Historia del siglo XIII, en dos tomos en
16º, editados por Cabrerizo en Valencia. En 1840 edita en un folleto en 16º, unas
cuartetas con el título, Inventiva contra
la blasfemia (Zarzoso, Teruel). Cinco años después, en 1845, publica tres
libros: Baturrillo o una caravana
estudiantina (Zarzoso, Teruel), en dos tomos en 16º papel marquilla, una
obra satírica; y los dos libritos que a nosotros nos interesan, Las ruinas de Sagunto. Poema histórico
perteneciente a la época de la dominación cartaginesa de la España Antigua y
El hombre de la cueva negra o las ruinas
y restauración de Sagunto, hoy Murviedro, los dos libros editados en
Teruel, por la imprenta García, en dos tomos en 8º.
Isidoro
Villarroya y el “mito de Sagunto”
Estos dos últimos libros
pueden considerarse como formando una unidad, tanto desde un punto de vista
temático como de cronología referencial: los avatares de Sagunto desde su
asedio y destrucción en el año 219 a. de C, hasta su reconquista por los
hermanos Escipión, Publio y Cneo Cornelio, cinco años después, en el 212 a. de
C. Si bien, ambos difieren en su género
textual. Por una parte, Las ruinas…,
es un largo poema épico, escrito en versos endecasílabos, con rima asonante en
los versos pares (manteniendo la siguiente regularidad: los cantos I y II la
rima es é o; el III y IV, í o; el V y VI,
á o; y el VII y VIII, é a) y en él se refieren los hechos constitutivos
del “mito de Sagunto”, siguiendo las fuentes clásicas y los estudios
historiográficos contemporáneos a su autor, como él mismo refiere en el prólogo
y en la multitud de notas que acompañan a su texto.
Por otra parte, El hombre de la cueva negra…, es una
novela en prosa, en la que el autor narra unos amores y unas peripecias
ficticias, enmarcadas en el periodo siguiente a la destrucción de Sagunto hasta
desembocar en la restitución de la ciudad tras su conquista por el ejército
romano, si bien todo el primer capítulo, así como la totalidad del tercero, y
parte del segundo y cuarto, refieren acontecimientos históricos anteriores que
lo ligan con el poema épico.
Las
ruinas…, es un poema de factura clásica, que sigue
estrictamente el canon épico y se atiene al paradigma de la narración del mito
saguntino, extrayendo su información de las fuentes clásicas (Polibio y los
excerpta de Fabio Píctor, Tito Livio y Apiano), así como lo referido por otros
autores, posteriores, o contemporáneos a Villarroya, y que él alude, extrayendo
en sus notas citas de estos: Mariana, Isla, Masdeu, Romey o Miguel Cortés. Este
último y su obra Diccionario
geográfico-histórico de la España Antigua, será muy citado por Villarroya,
con continuos elogios. Posiblemente, Villarroya fuese alumno del sacerdote
Miguel Cortés y López, nacido en Camarena en 1776, que fue durante un tiempo
Catedrático en los Seminarios de Teruel y Segorbe. Quizá, también, fuese a
través de él como Villarroya publicó en la colección de Cabrerizo en Valencia,
ya que por esa época estaba Cortés residiendo allí, como Chantre de su Catedral,
y debemos recordar sus ideas liberales (fue
diputado en las Cortes de Cádiz y sufrió exilio político, además de un proceso
inquisitorial), que lo situaban en la órbita de Cabrerizo.
El
hombre de la cueva negra…, como hemos dicho más arriba, es una
novela histórica, que cabría incluir, siguiendo la clasificación que propone
José Ignacio Ferreras, dentro de la denominada “novela arqueológica”. Responde
al modelo romántico de Victor Hugo y Walter Scott, y en ella se nos relatan los
infortunios de una pareja amorosa: Lidoro y Aminta, víctimas de la violencia y
el despotismo cartaginés. La obra presenta situaciones siniestras, giros
inesperados y aventuras y peripecias propias de la novela romántica y sentimental.
La trama novelesca
comienza con el personaje Laufitel, ciudadano de Emporion, quien se encuentra
en las cercanías de Sagunto, en el rio Idubeda, huyendo de unos cartagineses
que lo buscan temiendo que sea un espía. Efectivamente lo es, de Escipión,
quien le ha enviado a que le informe de los cartagineses y de Sagunto. Una
tormenta virulenta le lleva a una masía en la que se niegan a darle cobijo
porque la mujer del campesino y su hijo creen que es el gigante de la cueva
negra. Laufitel les muestra que no es así, pero se entera por una conversación
que tienen unos hombres en la masía junto al fuego, que cerca de allí hay una
cueva habitada por un mágico o nigromante que arroja fuegos.
Laufitel movido por la
curiosidad se acerca a la cueva y descubre allí a su habitante, a quien le dice
que no le hará nada y le descubre quién es. Al enterarse que se encuentran los
romanos en Hispania y de quién es, el gigante le dice que él es un jefe saguntino
y le cuenta su historia: el asedio y destrucción de Sagunto, la muerte de sus
padres, la muerte de su amada, Aminta y cómo llegó hasta allí gracias a los
colonos de una casa de campo suya y a la de una aldeana que le suministra cada
cierto tiempo víveres.
Miestras resuelven cómo
llegar a los romanos e informarles, sabemos que no todos los saguntinos han
perecido, que Aminta está viva, es una de los rehenes que fue salvada por un
capitán cartaginés hispano (su madre, amiga de Himilce, la esposa hispana de
Aníbal, consigue saldar sus deudas y enrolar a su hijo). Este la requiere, pero
Aminta lo evita. Se la somete a Aminta a un juicio y el Comandante Indúbal cree
que quien mató a Felicio y a otros soldados cartagineses fue Lidoro, que aún
sigue vivo. Y acusa a Aminta de ocultarlo.
Como se ve, se trata de
una obra repleta de amores, intrigas, cambios súbitos, revelaciones
insospechadas…. Tan solo aludiré al fin de los amantes porque enlaza esta obra
con otra suya —mucho más famosa en su época y por la que es recordado—, Marcilla y Segura o Los amantes de Teruel,
ya que los amigos de Lidoro, Laufitel y Roseel naturales de Emporion, cuando se
dirigen hacia Sagunto, cerca ya de la batalla final que acabará con el poder
cartaginés, encuentran a su amigo en un sótano, muerto junto a un arca,
besándola, donde se haya sepultada Aminta.
Permítanme, para
finalizar, que les exponga unas palabras del prólogo de El hombre de la cueva negra…, que les dará el tono que atraviesa a
estas dos obras de Isidoro Villarroya: “Mas no forma la celebridad de Sagunto
la antigüedad de su fundacion y prosápia de sus fundadores , ni la fortaleza de
sus murallas y alcazar, ni su benigno clima y fértil suelo, ni el cúmulo de
riquezas que la prodigára su decantado comercio, ni la dignidad y excelencia de
su gobierno; fórmala el inimitable heroísmo de sus habitantes. Los Saguntinos
lanzaron los primeros el májico grito de independencia: los Saguntinos dieron
el mas relevante ejemplo de amor patrio, oponiéndose con entusiasmo y heróico
denuedo al ominoso yugo de la dominación estrangera, y sellándolo con su misma
sangre el sacrosanto juramento de fidelidad bien merecidos son los repetidos
encomios, que les han prodigado los antiguos poetas é historiadores”.
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